Esta semana hemos celebrado el día de las Fuerzas Armadas, precisamente en un momento en el que éstas se han visto injustamente atacadas por el poder político. Con ello, nos han agredido a todos. No sólo a los que tenemos cierta relación con el Ejército, sino al conjunto de los españoles. Nuestro Estado de Derecho, así como los principios y valores que lo conforman, han sido directamente conculcados.

A la luz de este terrible escenario, he recordado a mi Abuelo. Pertenecía a la X Promoción de la Academia General Militar. Allá por el año 1982, le hicieron una entrevista para la Revista del mes de diciembre de La Legión (Gaceta de Tercios y Apoyos) y cuya rúbrica rezaba como sigue: “Desde niño tenía verdadero entusiasmo por La Legión”. En esta publicación, pronunció unas palabras que nunca se me olvidarán: “cuando ya era Alférez Cadete en Toledo encargué una camisa legionaria a un compañero de la promoción anterior que estaba destinado en el Tercio IV, en Villa Sanjurjo, y hasta que salí de la Academia, dicha prenda me acompañó siempre como si fuera un amuleto”.

Hermano, hijo, nieto, bisnieto, sobrino, tío, primo de militares. Mi querido Abuelo era un enamorado de la milicia y de España.

Por eso, hoy escribo estas líneas con cierta melancolía. Reparo en algunas conversaciones que mantuve con él antes de fallecer en marzo de 2009, en donde me advertía, con su retranca gallega, que el Ejército ya no era el mismo que antes. La excesiva politización de los altos mandos le enervaba. “Un militar es un militar, no un político”. Lo decía con la tristeza y añoranza de aquel que ha vivido tiempos, sin duda, mejores. Me puedo imaginar lo que pensaría de haber vivido esta lastimera semana para el Ejército Español, de la que todos hemos sido testigos.

El Coronel de la Guardia Civil, Diego Pérez de los Cobos, aquel que, entre otras muchas acciones, luchara activamente y en primera línea contra la banda terrorista ETA, participara en la liberación de Ortega Lara y en la lamentable insurrección del 1 de octubre catalán, fue incomprensiblemente destituido de su cargo en la cartera de Interior. Luego tuvimos que escuchar a Grande-Marlaska decir, en comparecencia pública, que dicho cese se había llevado a cabo con ocasión de la reestructuración del Ministerio y por una supuesta “pérdida de confianza” en el meritado Coronel.

Lo cierto es que nuestras Fuerzas Armadas han sido atacadas en otras ocasiones por el poder político. Hace no mucho, en el Salón de la Enseñanza de Barcelona, donde concurren anualmente distintas Universidades, tanto públicas como privadas, para exponer sus ofertas académicas, Ada Colau se dirigió al stand que había dispuesto al efecto la Academia General Militar y espetó a los dos mandos militares que se encontraban en el mismo, diciéndoles que su participación, en aquel contexto de docencia y cultura, no le era grata.

En este sentido, que la Alcaldesa de Barcelona no sepa qué es ser militar y qué implica a nivel académico, no sorprende, porque ni ella misma tiene carrera universitaria. Es verdad que el dato resulta inane. Puedes ser un analfabeto y tener el decoro y la prudencia de ir a un Foro Universitario informado y leído. Más aún cuando tu presencia en dicho estadio se debe a tu mero cargo político y no a tu bagaje universitario que es inexistente o, cuanto menos, pobre.

No obstante, sí me preocupa  ese desprecio hacía las Fuerzas Armadas de Grande-Marlaska o de María Gámez, Directora General de la Guardia Civil. Obsérvese que el motivo de la destitución no es otro que la negativa del Coronel Pérez de los Cobos a aportar datos sobre el Informe elaborado por la Policía Judicial de la Guardia Civil en la investigación que hay abierta sobre la posible contribución de la manifestación del 8 de marzo en la propagación de la pandemia COVID-19. Obviamente, el Coronel no está habilitado para dar esa información. Se lo impide no sólo la Ley, sino también su honor.

No es la primera vez que Pérez de los Cobos dice “no” a las intromisiones del poder político. Ya ofreció su sólida e inquebrantable negativa cuando aún era Teniente, al socialista Luís Roldán, entonces Director General de la Guardia Civil. Este último le exigió a su subordinado que le diera el nombre de una fuente muy cercana a ETA en el contexto de una importante operación y que, finalmente, logró la desactivación de un comando terrorista. En suma, si se mostró férreo con 28 años, no se esperaba menos de él 30 años después.

Tras la destitución de Pérez de los Cobos, presentó su dimisión el Director Adjunto Operativo de la Guardia Civil, el Teniente General Laurentino Ceña. Lo hizo, según palabras pronunciadas por él mismo, para cumplir con la principal divisa que ordena a este Cuerpo Militar. Procede recordar cuál es. Dice el artículo Primero de la Cartilla del Guardia Civil, aprobada mediante Real Orden de 20 de diciembre de 1845, que “el honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil; debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido no se cobra jamás”.

Sin duda, estos dos Señores, me refiero a Pérez de los Cobos y a Laurentino Ceña, pueden tener la conciencia tranquila y el ánimo altivo. Bien merecido. Pues “amor, lealtad y arrogancia, ideales tuyos son”.  Así refiere el himno de este benemérito Instituto que hoy se tiene que sentir honrado por el “vigor, firmeza, constancia” y el valor mostrado por sus más altos mandos. Mejor ejemplo no puede existir.

Aseveraba Margarita Robles, Ministra de Defensa, en un vano intento de soslayar el daño infligido, que la Guardia Civil sirve al Gobierno y que no hay riesgo de sublevación. Desde luego, yerra en sus palabras. La Guardia Civil depende del Gobierno pero sirve al pueblo español. Así lo informa el artículo 104 de nuestra Carta Magna. En definitiva, la Guardia Civil no fue creada para generar confianza en el Gobierno del que depende, se erigió para proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades de los españoles y garantizar la seguridad ciudadana.

Decía Calderón de la Barca en su obra “El Alcalde Zalamea” que “al Rey, la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma es sólo de Dios”. El honor es algo que, como hemos visto, a algunos se les queda grande y que, sin embargo, otros defienden con brío y lo ensalzan hasta sus últimas consecuencias.

Puedes estar tranquilo, Abuelo, allí donde te encuentres. Aún hay honorables militares que se mantienen impasibles ante las injerencias políticas y que protegen a España por encima de cualquier soborno, ofensa y amenaza.

 

Julia Gutiérrez de Aizpuru

Asociada de Cremades & Calvo-Sotelo

De acuerdo