La posibilidad real de que el micropoder contribuya a que el sistema democrático se regenere por la contribución de una ciudadanía activa e interactiva se está abriendo paso gracias a la drástica mutación de las tecnologías; transformación que ha generado el tránsito de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento. Desde hace más de treinta años se viene produciendo una ‘revolución silenciosa’ cuyo trasunto son las exigencias ‘postmaterialistas’ de más alto nivel.

La ocasión para que cristalice el micropoder viene dada por la encrucijada histórica que atravesamos, en la cual gran parte de las instituciones políticas occidentales parecen agotadas, incapaces o al menos con serias dificultades para responder a las expectativas de los ciudadanos e insípidas para proseguir proyectos colectivos de integración transnacional, como la Unión Europea. La crisis de la modernidad sigue pendiente de una alternativa a la altura de las circunstancias. Las ideologías ilustradas y revolucionarias proceden de la matriz racionalista, y se plasmaron en la economía industrial clásica y en el Estado burocrático. El derrumbamiento del sistema comunista, primero, y el surgimiento del nihilismo violento en forma de terrorismo global, son manifestaciones del agotamiento de un modelo ideológico. Estamos, como dice Habermas, ante una desertificación del tejido social y ante un agotamiento de las energías utópicas.

Los cambios que estamos presenciando no son meras cuestiones retóricas o simples ajustes en el sistema político-económico establecido. Se hace necesario inyectar en la comunidad política y el entorno económico, una buena dosis de las energías ciudadanas que hasta ahora han quedado sepultadas por el poder institucionalizado. En palabras del filósofo Llano, es necesario “un nuevo humanismo cívico y, en definitiva, unos planteamientos culturales inéditos que vuelvan a conectar con las mujeres y los hombres de la calle, perplejos ahora ante una complejidad que no entienden ni aprueban”.

No se trata de una nueva utopía, sino de la descripción de un proceso al que asistimos desde hace años. Las últimas incorporaciones importantes a la agenda democrática han sido posibles gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación. Procedentes de las preocupaciones de las personas al margen de la política institucional, temas como el ecologismo o el feminismo permanecen ahora como ingredientes esenciales de cualquier discurso político. Desde hace años los ciudadanos más activos han oído el consejo de Ortega acerca de que hemos de acostumbrarnos a no esperar nada bueno de esas instancias abarcadoras y abstractas que son el Estado y el mercado.  El micropoder supone ser consciente de que son los ciudadanos los verdaderos protagonistas del cambio social: nadie lo hará como los ciudadanos, tan bien como los ciudadanos, si los ciudadanos no lo hacen. Esa participación activa en la evolución de la sociedad requiere también, como señala Innerarity, de una configuración política de la responsabilidad.

En su obra “Los Discursos sobre la primera década de Tito Livio” Maquiavelo sostiene precisamente que la capacidad creativa y el dinamismo de una república surgen de la virtud de los ciudadanos, es decir, de su libre participación en la vida comunitaria y, como consecuencia de ello, en la política de una ciudad a la que pertenecen como miembros activos y responsables. Porque, como decía Burke, cuando los ciudadanos son capaces de concertar sus respectivas libertades, esa común libertad suya es poder: hoy es micropoder.

Cada vez es más aceptado que la regeneración del sistema político debe venir de las realidades previas a la política y a la economía. Durante los últimos años la ciudadanía se ha convertido en el territorio donde todas las instituciones pretenden acampar. Pero se trata de un territorio virgen, que pierde su benéfico influjo cuando es colonizado por las estructuras económicas y políticas. Son los propios ciudadanos los que deben, en palabras de Llano, “echar mano de sus propios recursos y empezar a ‘tomarse la libertad’ de operar por cuenta propia, sin esperar permisos no requeridos ni subvenciones que –las raras veces que llegan- condicionan su forma de actuar”. Y es que –sigue diciendo el filósofo- “no hay más libertades que las que uno se toma; mientras que una libertad personal o comunitaria graciosamente otorgada o concedida no pasa de ser un contrasentido práctico”.

El recurso a las energías vitales de una ciudadanía consciente de su micropoder es la única salida a la complejidad de la sociedad actual. Esta complejidad es descrita por Habermas como una ‘nueva inabarcabilidad’, ante la cual los recursos del Estado y del mercado, por sí solos, son insuficientes. Esta complejidad proviene del triunfo de la economía de mercado y su precario equilibrio con la intervención estatal en las cuestiones sociales. Autores como Galbraith han acuñado el término “tecnosistema” para el resultado de este modelo social, fruto del pacto entre los herederos de la racionalidad ilustrada característica de la modernidad. La nueva complejidad no es algo negativo en sí mismo, sino que más bien responde a la realidad poliédrica en la que nos movemos. El problema reside en la inabarcabilidad resultante de las limitaciones del modelo de la modernidad, que sólo emplea una parte de la racionalidad provocando un enfoque unilateral de la realidad.

Son, precisamente, las nuevas tecnologías las que nos posibilitan una adecuada gestión de la complejidad, porque son instrumentos nacidos y desarrollados del pluralismo social y cognoscitivo. La elaboración de la enciclopedia colaborativa Wikipedia a través del trabajo voluntario de miles de internautas es una muestra de que la complejidad bien gestionada puede desarrollar proyectos inabarcables para la estructura organizativa moderna.

Así pues, la conciencia del micropoder de los ciudadanos es una de las claves para una nueva acción política capaz de gestionar la sociedad globalizada y plural, a través de la gestión de las energías previas al proceso de institucionalización. Se podría describir esta acción con el adjetivo “relacional”, al que ya se ha hecho referencia al hablar de la nueva democracia dialógica. La acción política así entendida desarrolla una red de relaciones humanas que mantiene a través de un constante diálogo (hablar y escuchar) posibilitado por las nuevas tecnologías. Con palabras de Max Weber, son las ‘relaciones originarias de las que son portadoras las comunidades de carácter personal’.

La comunidad de carácter personal ha permanecido, durante toda la época moderna, marginada por el citado ‘tecnosistema’. La revolución del micropoder vuelve a poner en evidencia que ese ámbito es decisivo para la democracia. Gracias a las tecnologías surgidas de la digitalización, resulta posible un proceso de ‘desestructuración’ que haga posible la participación activa de los ciudadanos, en pleno ejercicio democrático de su micropoder. Ciudadanos interactivos que ya conforman una auténtica masa y que, compartiendo opinión e información, están generando nueva sabiduría: la sabiduría de las masas.

De acuerdo