Hoy, como ayer, vivimos en sociedades intolerantes. La diferencia estriba en que antes lo sabían, lo reconocían y casi hasta se sentían orgullosas de serlo. Hoy, a diferencia de antaño, nuestra intolerancia se ha vuelto tolerante con la primera. ¿Cuántas veces no hemos escuchado o dicho “esto debería estar prohibido por Ley” o “debería prohibirse por Ley” aquello otro? En este corto ensayo voy a intentar demostrar, incluso al más tolerante, que todos somos, en cierta medida, intolerantes, consciente o inconscientemente.

Durante los siglos XVI y XVII Europa vivió un período marcado por las guerras de religión. Durante décadas, los soberanos de los distintos pueblos europeos estuvieron batallando por imponer su religión. La Guerra de los Treinta Años o la Guerra de los Ochenta Años son las consecuencias visibles de aquellas políticas bélicas en nombre de la religión. El odio entre católicos y protestantes quedó plasmado en constantes manifestaciones de aquellas políticas intolerantes, que tuvieron trágicas e históricas expresiones como la Matanza o Masacre de San Bartolomé iniciada en el verano de 1572 en Francia.Las desastrosas consecuencias de aquellas Guerras dejaron a Europa asolada por las hambrunas y las enfermedades, dejando a la población gravemente diezmada: el Sacro Imperio vio reducida su población en cerca de un 30 % y algunas regiones –como Brandeburgo- vieron reducida su población masculina entre un 50 % y 2/3 partes. La Paz de Westfalia (Tratados de Osnabrück y Münster) de 1648 puso fin aquel largo período bélico y sentó las bases del Derecho Internacional de los dos siglos siguientes. Algunas consecuencias teóricas de esta Paz consistieron en la aceptación del principio desoberanía territorial, el principio deno injerencia en asuntos internosy el trato de igualdad entre los Estados independientemente de su tamaño o fuerza. Principios que han llegado, también en la teoría, al actual Derecho Internacional. En la práctica, la Paz de Westfalia supuso que algunos Estados pequeños fueran absorbidos por Francia y acabaran perdiendo su identidad asimilados por la cultura mayoritaria; por otro lado, a los Estados que formaban parte del Sacro Imperio se les reconoció una autonomía mucho mayor de la que ya tenían.

En el ámbito teórico podemos destacar la postura contraria que mantuvieron dos intelectuales en la Inglaterra del siglo XVII: Thomas Hobbes y John Locke. Mientras que para el primero el soberano tenía la facultad de ejercer el poder en los asuntos de fe, y de no hacerlo invitaría a la discordia y a un mal funcionamiento de la sociedad civil, para el segundo la tolerancia era el comienzo de una nueva forma de entendimiento en las relaciones entre religión y gobierno.

En 1689 fueron publicadas varias cartas de John Locke bajo el título A Letter Concerning Toleration (traducido al castellano como Carta Sobre la Tolerancia). En dicha obra, J. Locke consideró abiertamente que la respuesta al problema de las religiones no era otro que la tolerancia religiosa. Así, entendía que un mayor número de grupos religiosos en lugar de suponer mayores agitaciones sociales prevenía de aquéllas; era el intento de controlar o limitar la libre proliferación de la fe la causante de los enfrentamientos sociales. No obstante, el pensamiento y la tolerancia de Locke tenían algunas limitaciones como los ateos (porque <>) y la Iglesia Católica (ya que según Locke <<todos los que entran en ella lo que hacen ipso facto es rendirse a la protección y el servicio de otro príncipe. Si se tolera esta Iglesia, un juez tendría que acatar una resolución de una jurisdicción extranjera en su propio país>>). Aunque limitada, la tolerancia de Locke supone un gran avance intelectual para su tiempo, incluso para el nuestro.

Hasta ahora el lector se habrá preguntado por qué esta breve lección de Historia y de Teoría Política y para qué. Pues bien, consideraba que dicha introducción era necesaria para comprender y explicar mejor lo que viene. Al fin y al cabo, pese a lo que pudiere parecer, no somos tan distintos de nuestros antepasados de hace cuatro siglos.

Nuestras actuales y modernas sociedades occidentales presumen de ser tolerantes. Sin embargo, ya advierto que NO. Nuestras sociedades, que están formadas por nosotros mismos en tanto que miembros de esas sociedades, no somos tolerantes. Podemos considerarnos tolerantes, pero lo cierto es que, del todo y en todos los ámbitos, no lo somos. Imagino que más de un lector estará pensando que sí que lo es. Bueno, a este lector intentaré demostrarle que puede ser más o menos tolerante pero que en ningún caso es completamente tolerante.

La RAE define tolerancia como “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.” y tolerar como “permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.” Por lo tanto, una persona tolerante sería aquella que permite y respeta las prácticas,ideas y creencias de otros, que son contrarias a las suyas, que le parecen que están mal o muy mal (no son lícitas), pero que no son tan malas como para llegar a prohibirlas. Imagino que más de un lector seguirá pensando que sí es una persona tolerante. Entonces seguiré intentando demostrarle que no es tan tolerante como presupone, pues no hay que olvidar que si un tema no nos importa nada en absoluto no somos tolerantes por permitirlo sino, simplemente,indiferentes.

Es cierto que nuestras actuales modernas sociedades occidentales permiten muchas más prácticas hoy que hace cincuenta, cien o doscientos años. Sin embargo, también es cierto que permitir no es lo mismo que respetar. Y no podemos olvidar que tolerar consiste en permitir y tolerancia en respetar. Pondré un ejemplo que hace unos años, e incluso hoy, trajo polémica. Cuando la Ley 42/2010, de 30 de diciembre, entró en vigor, de un lado, los fumadores se sintieron ofendidos y atacados porque se les iba a prohibir fumar en determinados lugares donde antes sí podían hacerlo de manera habitual, tales como bares, pubs o discotecas. En el otro lado, los no fumadores se sintieron protegidos y respaldados por las autoridades públicas porque a partir de ese momento podrían comenzar a disfrutar de esos mismos lugares sin tener que soportar el humo y el olor del tabaco. Surge entonces la pregunta sobre quién es el intolerante ¿el fumador que ejercita su derecho a fumar donde quiere pese a que sus actos pueden molestar a otras personas o, por el contrario, son los no fumadores unos intolerantes porque no quieren soportar el humo ni el olor del tabaco en lugares que tradicionalmente había estado presente? La respuesta sobre quién es el intolerante, como apreciará el lector, depende del lado de la balanza en el que nos situemos. Ahora bien, y siguiendo con el mismo ejemplo, suponga que hubiese locales donde estuviese completamente permitido fumar y otros donde no, un grupo par de amigos, la mitad fumadores y la mitad no fumadores, intentadecidir a cuál de los dos acudir. Si ninguno cede no hay acuerdo y todos se muestran intolerantes para con los otros. Por lo tanto, todo depende de que sólo uno ceda para que exista una mayoría. Ése que cede, y no otro, sería el tolerante. Todos los demás habrían demostrado ser intolerantes.

He puesto el ejemplo del tabaquismo, pero podría aplicarse a cualquier otro ámbito de la vida. Ejemplos existen a todas horas y en todos los lugares. Incluso hoy persisten en el ámbito religioso. No es raro encontrar grupos de población que, por ejemplo, hace bromas y burlas sobre católicos pero que pide respeto por los musulmanes, y viceversa. Esos mismos que disfrutan de “La vida de Brian” pueden no hacerlo con las caricaturas de Mahoma, y viceversa. Otros, no creyentes, igual disfrutan de una parodia para con los cristianos y los musulmanes, obviando que es posible que numerosos grupos se sientan ofendidos. Podríamos seguir con el matrimonio homosexual, el velo islámico o el gasto público. Los ejemplos son innumerables y el resultado sería el mismo: dependiendo de qué asuntos y en qué lado de la balanza estemos seremos o no seremos tolerantes, lo seremos más o lo seremos menos, pero nuestro grado de tolerancia está y estará siempre condicionado, por lo que nunca seremos completamente tolerantes. Además, en determinados asuntos nuestras experiencias vitales personales también influyen en nuestro grado de tolerancia. Vivir una situación traumática a manos de una persona de determinada confesión religiosa, color de la piel o manera de pensar pueden condicionar nuestra visión del mundo.

Espero que después de este breve texto el lector haya reconocido que aunque no lo quiera siempre va a ser intolerante. Reconocer, siquiera en nuestro más profundo interior, que somos intolerantes es, seguramente, la única vía que tenemos para ser cada vez más tolerantes. Criticar algo no nos hace intolerantes, siempre y cuando respetemos esas “ideas, creencias o prácticas de los demás” contrarias a las nuestras.

“Aunque toda sociedad está basada en la intolerancia, todo progreso estriba en la tolerancia”

George Bernard Shaw)

 

Publicado:

7/V/2013 en www.ensilencio.es

Libro: ¿Devolvemos España al Líbano? Y otros textos de En Silencio.

Coord. Manuel Campos Campayo.

De acuerdo