Probado es que salir a pasear un día cualquiera por el carril reputacional de nuestra sociedad civil y nuestra comunidad laboral puede convertirse en el atentado más directo contra la integridad conceptual de esta nuestra profesión.
Probado es igualmente que la forma más aséptica y eficaz de terminar con una infección, es cortar con ella de raíz, o para el caso que nos atañe, enfrentarse a la realidad y analizarla sin paños calientes.
Una sociedad corrupta, donde el trato de favor es la moneda de cambio y el poder una herramienta de inversión a corto plazo no es, por mucho que proliferen los ecos pesimistas y fatalistas, una sociedad abominable, terrible o sin remedio.
Creo que el diagnostico debería ser mucho mas objetivo y preciso. Vivimos simplemente en una sociedad anhelante de una revolución. Una revolución ideológica y conceptual. Una revolución en la que Platón volvería a resucitar su Mito de la Caverna para enseñar y separar de nuevo en las aulas conceptos como la realidad o esencia y la representación o manifestación de la misma.
Pasar por una facultad de derecho o incluso dejarse caer exhaustivamente por los textos de la doctrina más acertada y rigurosa termina resultando absolutamente insuficiente a la hora de enfrentarse a un mundo laboral que por mucho que se articule entre papeles, nada tiene de teórico o estático.
Y sin embargo, no ha de omitirse el elogio real a unas aulas que, puede que por motivos meramente tradicionalistas o sistémicos, siguen tocando fondo en el concepto mismo de la profesión de una forma mucho más pura y directa que la práctica profesional.
Para la sociedad somos carteristas. Para las aulas, defensores de una la Justicia nunca entendida de manera simplista como establishment sino como lucha constante por conseguirla.
Puede que haya llegado el momento de empezar a creer. Puede que haya llegado el momento de entregarse a la revolución silenciosa de la fidelidad a los conceptos. Puede que sea el momento de luchar por la implantación y el desarrollo de los mismos.
Puede que sea el momento de volver a sentarse cada mañana ante la mesa de trabajo o a ponerse la toga, recordando el importantísimo componente social de nuestra profesión. Su carácter excelso. Su enorme responsabilidad. Su peso. Su poso.
La práctica es siempre compleja y las disyuntivas múltiples pero la esencia de las cosas es en cambio inmutable y constituye la única brújula posible cuando el puerto es la justicia y la verdad.
Estudia. Piensa. Trabaja. Lucha. Sé leal. Tolera. Ten paciencia. Ten fe. Olvida. Ama a tu profesión.
Los conceptos no son utopías de estudiante de carrera o de quinceañero enamorado. Los conceptos son el norte. Y solo los valientes apuntan al norte aun cuando el sur siempre fue más cálido y cómodo.
Pero el problema entonces no será de la profesión.
Será de aquellos que la conforman. De los que no gustaron de ser abogados sino carteristas. De los que no vieron personas detrás de clientes ni hubieran visto personas detrás de pacientes. De los que dejaron de ilusionarse por lo correcto. De los que perdieron principios por el camino. De los que nunca creyeron.
Pero estamos a tiempo. Siempre estamos a tiempo.
Como individuos. Como profesión. Como sociedad.