El micropoder es un resultado de los cambios sociales y políticos producidos por las nuevas tecnologías, a raíz del revolucionario proceso de digitalización. Pero no hay que olvidar que las nuevas tecnologías han nacido en Sylicon Valley, la zona con mayor densidad de conocimiento tecnológico por metro cuadrado del planeta, situada en el corazón del estado de California, en pleno capitalismo norteamericano. Además, dichas innovaciones fueron posibles sólo por el desarrollo económico obtenido en los últimos cincuenta años por las democracias occidentales. Sin embargo, lo verdaderamente revolucionario de estos cambios es que inciden dentro del propio sistema capitalista, transformándolo decisivamente.
Uno de los aspectos principales de esta transformación es la nueva capacidad que otorga a los individuos organizados, a la que hemos denominado micropoder. Nos referimos a un proceso aún en marcha y que, por lo tanto, no ha llegado todavía a su plenitud. Para comprenderlo conviene no perder de vista su mencionado origen capitalista. Porque el micropoder es el resultado de varios factores que están en la entraña de ese sistema económico: el afán por mejorar y el propio interés, el capital y, finalmente, la tecnología. Es el cambio producido en este último factor tecnológico el que está afectando al resto de los elementos clásicos del capitalismo, provocando una relectura de los mismos, que acaba originando una importante transformación en todo el sistema.
El primer factor mencionado es el esfuerzo natural de cada individuo para mejorar su condición estaba como uno de los puntos más importantes y característicos para explicar las mejoras que se podríamos encontrar en el plano económico según Smith. Y no es objetable, es una realidad que constatamos a diario. Sin las personas, sin el esfuerzo de cada individuo no son posibles las mejoras en ningún terreno. Lo que ha cambiado desde que se elaborase esta teoría es que ahora es más fácil, ahora es más posible porque existe una mayor adecuación entre el esfuerzo natural y la influencia efectiva del mismo, entre los proyectos y voluntades y el poder real de sus sujetos: es el comienzo de la revolución del micropoder. Esta nueva circunstancia contribuye a renovar uno de los conceptos clásicos. Según Adam Smith, el esfuerzo de cada individuo no requería de ayudas para llevar a cabo una mejora de la sociedad hasta llevarla a mayores niveles de riqueza y prosperidad, por encima de las trabas burocráticas que pudieran aparecer en su camino. El individuo, así considerado, tendría un poder potencial casi absoluto que contrasta con la realidad de un hombre limitado. Lo que no terminaba de ver es que el individuo era efectivamente poderoso, pero lo era mucho más contando con las relaciones con los demás, con su influencia sobre los demás. Es decir, que entendía el poder demasiado individualmente. Ahora sabemos, y es uno de los pilares del micropoder, que el propio interés lleva inseparablemente unido el interés por los demás. De alguna forma, los demás y las relaciones con los demás son determinantes. Por eso, sólo podemos hablar de micropoder cuando el individuo interactúa con otros, formando una red.
En su obra ‘La riqueza de las naciones’ aparece un concepto fundamental que servirá para la futura denominación del sistema económico: el capital. El capital según el pensamiento smithiano es “un fondo para satisfacer las necesidades de subsistencia de los trabajadores, y también para la provisión de instrumentos y equipo”. Smith insiste en el papel primordial del incremento de densidad de capital a la hora de fomentar el crecimiento económico, en las oportunidades de conseguir economías de escala y de especialización. Durante mucho tiempo, la economía capitalista se ha desarrollado de la mano de las grandes corporaciones empresariales, hasta llegar a la actualidad, descrita por algunos como el “gobierno de las multinacionales”. El poder económico ha residido, pues, en las grandes acumulaciones de capital físico o dinerario, en forma de empresas.
Hubo que esperar a las decisivas aportaciones de Mises para comprender la existencia de otro polo decisivo en la estructura de poder capitalista. Decía este economista que cuando llamamos a la sociedad capitalista, “democracia de los consumidores” queremos decir que el poder de disponer de los medios de producción, que pertenecen a empresarios y capitalistas, puede ser adquirido sólo mediante el voto del consumidor, que se ejerce diariamente dentro del mercado. Esta realidad, predicha por Mises, es uno de los motores de la revolución del micropoder. Es cierto, sin embargo que no en todos los mercados se puede ejercer esa democracia, ese voto mediante la elección en las condiciones óptimas, aquellas a las que se solía aludir para referirnos a los mercados de capitales perfectos. Un aspecto clave del proceso de la elección es la información. Es ahí donde hemos experimentado un avance considerable, desde distintas perspectivas. De una parte y desde el punto de vista del consumidor, hay una capacidad notablemente superior para poder conocer la realidad del producto o del servicio que se quiere comprar. Además, es más factible realizar comparativas de precios entre distintos proveedores. Pero no es menos cierto que esas capacidades no se utilizan por todos los consumidores, que éstos no se organizan hasta ahora de forma óptima y que no hay necesariamente un número ilimitado de proveedores.
La incidencia del tercer factor, la tecnología, ha sido estudiada por Schumpeter, por lo que su análisis se asemeja con mayor exactitud a lo que vemos en la actualidad, con una concepción dinámica del progreso tecnológico. Hasta entonces, la tecnología había sido minusvalorada y no se consideraba de forma tan esencial. La economía, según el análisis de este autor, se establecía con una tecnología dinámica, donde técnica y organización productiva van cambiando. El papel central correspondería, por tanto, al empresario, por lo que los conceptos de progreso técnico y capitalismo parecen ser la misma cosa. Es evidente que, en esta óptica, se producía un vaciado del poder a favor de los empresarios, en concreto de los grandes socios capitalistas, y del poder político, formalizado casi en régimen de exclusividad en los partidos.
Según Maddison, la aceleración del proceso tecnológico ha sido uno de los principales motores del crecimiento capitalista: “El producto total de los países occidentales considerados aquí ha aumentado setenta veces en los últimos ciento setenta años, la población ha crecido más de cuatro veces y el producto per cápita se ha multiplicado por trece. Las horas de trabajo anual se han reducido de tres mil a menos de mil setecientas, lo cual significa que la productividad del trabajo ha aumentado unas veinte veces. La esperanza de vida se ha duplicado y ha pasado de treinta y cinco a más de setenta”.
El cambio tecnológico se traduce en primer lugar en que se pueden producir más bienes utilizando la misma cantidad de factores, o bien, se puede obtener la misma cantidad con el empleo de menos cantidad de uno o más factores. Además, existe la posibilidad de elaborar productos que cuenten con mayor calidad o productos, bienes o servicios, que sean completamente nuevos.
El desarrollo de la tecnología en general y de Internet en particular parece haber cambiado en nuestras vidas. Pero la discusión comienza cuando pretendemos dilucidar si estos cambios constituyen o no una revolución en los terrenos político, social o económico. Hay autores que piensan que nos encontramos ante un nuevo paradigma, pero es preciso considerar someramente qué ha sido el capitalismo, cómo fue concebido.
Podemos asegurar que, verdaderamente, se ha producido el cambio tecnológico, un verdadero progreso. Es posible que los primeros ejemplos los encontremos en las compañías. La introducción de las nuevas tecnologías, el proceso continuo de digitalización ha posibilitado mayores niveles de productividad en las empresas. Este fenómeno lo hemos podido percibir con mayor claridad en las industrias, en sistemática introducción de tecnología en el proceso productivo. Con la llegada de las nuevas tecnologías, la aplicación se ha llevado a la logística, al almacenamiento, a la producción just in time, etc.
Constatamos, además, que se producen nuevos bienes y nuevos servicios. El fenómeno de una tecnología que se introduzca como bien de consumo sí podemos decir que es relativamente nuevo. Anteriormente, las tecnologías ‘iban’ al mercado, aunque no como bien de consumo sino como inversión en capital fijo. Ahora, se han universalizado.
La propia dinámica de la existencia de Internet supone un mecanismo de mejora de la calidad de los productos y de los servicios que se venden. La posibilidad de comparar precios, características y proveedores antes de una compra, unido a la posibilidad de realizar comentarios sobre el resultado de la misma en foros, blogs, etc. introduce un horizonte de calidad que se basa en la confianza y que es posible por el acceso a la información y la capacidad de comunicar opiniones entre distintos consumidores.