Los hechos son incontestables pero nos llevan a pensar que la tecnología es, de alguna forma, diferente. Pero el cambio radical respecto a otras etapas del pasado, estriba en que actualmente la innovación tecnológica incide sobre nuestra propia forma de conocer e investigar: sobre nuestra misma capacidad de innovar. Esta característica tiene unas consecuencias importantes, que afectan a elementos esenciales del capitalismo, llevando a pensar a muchos economistas que estamos ante un nuevo paradigma ‘tecnicoeconómico’: la economía del conocimiento. Sobre la base del conocimiento, se define un nuevo esquema en las funciones de producción, que determina un cambio en la producción del propio conocimiento. Esto es cierto, pero no abarca con suficiente visión global la cuestión. Es cierto, porque, en efecto, se produce un cambio en la manera de pensar, de acumular conocimiento, de reproducir conocimiento, de transmitir conocimiento.

Pero, ¿acaso no había existido el conocimiento hasta el momento aplicado a las distintas realidades sociales, políticas y económicas? Desde luego, pero el cambio fundamental está en la forma en que aparece. El conocimiento que se genera tiene unas características que lo distinguen radicalmente. El conocimiento produce conocimiento, se incorpora a todos los pasos y fases de la producción y de la prestación de los servicios, se convierte incluso en un bien susceptible de intercambio y cambia la manera que tenemos de conocer. Y todo de forma dramáticamente barata y rápida. De esta forma, se produce un ciclo virtuoso que impulsa y transforma el conjunto de la economía porque, en cierto sentido, se impregna de ese conocimiento. El resultado es una cierta democratización del capitalismo, en el sentido de reforzar el poder de las personas: es el micropoder de los consumidores, de los propietarios y, en general, de los actores del mercado.

Un ejemplo puede ayudar a ilustrar el nuevo micropoder de los consumidores. Pongámonos en la situación de un día de trabajo cualquiera a las 19:30. Volvemos a casa y decidimos hacerlo andando. Hemos elegido andar en vez de ir en coche, en taxi o en autobús. Nuestra elección tiene un efecto sobre estos agentes económicos: dejan de ingresar dinero. Por otra parte, nuestra decisión quizá sea una apuesta por una mejora de la salud. Nuestra productividad potencial se puede ver incrementada. Valoramos objetiva o subjetivamente en cada una de nuestras elecciones y estas tienen dimensiones en la sociedad, en la economía y en la vida de todas las personas. Indudablemente, nuestra elección concurre junto a muchas otras, las de los demás, pero aporta una parte y nuestro poder queda manifestado en nuestros actos. 

En una democracia una persona vota cada cierto periodo de tiempo a unos candidatos – que pueden ganar o no – para ejercer la representación en su nombre y en el de muchos iguales. Cuando la democracia se extiende a los accionistas, a los consumidores y a las acciones más normales de los individuos, se produce una votación diaria. Incluso podríamos decir que votamos hasta inconscientemente con cada uno de nuestros actos, porque hay muchísimos ámbitos de elección para las personas que no están directamente relacionados con el mercado pero que, en cualquier caso influyen en él. 

A nivel microeconómico, la consecuencia principal es que la innovación tecnológica no se queda en el exterior de la acción humana, como en el caso de una herramienta más, sino que modifica su propia manera de actuar, dotándola de nuevas virtualidades: es decir, de un nuevo micropoder. Porque si, actualmente podemos decir que el poder del capital está pasando al conocimiento, es lo mismo que afirmar que el poder está siendo devuelto a los sujetos de ese conocimiento: las personas. Es claro que el conocimiento al que nos referimos no es el conjunto de saberes y experiencias que puede acumular un individuo, al estilo de Leonardo Da Vinci, por muy sabio que fuera. Se trata, más bien, del conocimiento compartido y actualizado por muchos individuos a la vez. Por eso, el micropoder no tiene como sujeto al individuo sino a la persona, entendida ésta dotada de su imprescindible dimensión relacional.

De acuerdo