Según el historiador Manfred Messerschmidt, la justicia militar alemana ejecutó, durante el nazismo (1933-1945) entre 18.000 y 22.000 sentencias de muertes, frente a sólo 48 durante la primera guerra mundial. Comparando con otros países participantes en la segunda guerra mundial, puede apreciarse que las dictaduras fueron más severas que las democracias, y así la URSS ejecutó aproximadamente a 150.000 de sus soldados, Japón a 22.253, y en cambio Estados Unidos a sólo 146 y Gran Bretaña a 40. Naturalmente, uno tiende a pensar que los ejércitos que más castigaron a sus soldados, y donde probablemente más deserciones hubo, fueron los perdedores. Pero el caso de la URSS, potencia vencedora, sugiere que sería más ajustado decir que son aquellos que no proporcionaban información a sus soldados, que les restringían la libertad aún más que otros: las dictaduras. Porque a última hora, el hombre es libre, aceptémoslo o no, y donde más se restringe la libertad, hay también más rebelión: porque toda persona está llamada a ejercer una parte de poder, el micropoder, que las dictaduras al menos parcialmente le niegan.

Retomando el hilo de lo dicho al hablar de la sabiduría de las masas, y a la vista de este ejemplo de la (in)justicia militar, parece llegado el momento de reafirmar que el micropoder que la información proporciona al ciudadano, y la intercomunicación entre ciudadanos, dado que éstos son hombres libres y en la medida en que el proceso sea transparente, es siempre fuente más bien de progreso que de rebeliones perturbadoras de la vida social. Porque es más natural que el hombre ejerza el micropoder que le corresponde a que se someta a una dictadura, y un sistema que favorece el micropoder, de forma natural, favorece una sociedad más armónica. Los políticos profesionales, lo mismo que los periodistas para su caso, deben comprender el progreso que en política supone la agregación de un electorado informado. Las redes que unen a los ciudadanos independientemente de las estructuras políticas clásicas (partidos e instituciones) —pero no contra ellas— no son una intromisión perturbadora, ni siquiera en las situaciones en que esta actuación ha significado un boicot de las propuestas de los partidos: sencillamente porque la ignorancia es un mal y la información un bien que no puede ser mirado con suspicacia.

Es corriente, por ejemplo, que se resalte el papel de los blogs en el resultado negativo obtenido en Francia y Holanda respecto a la constitución europea en 2005. En cambio, cuando los políticos no han logrado interesar a la gente por los asuntos que tratan, como fue el caso del referéndum sobre el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña en junio de 2006, ni los políticos ni los medios de comunicación han hecho examen lamentando la escasa participación ciudadana. Cuando falta la cohorte de aficionados a la comunicación o la política que escriben los blogs, la situación es grave: porque la indiferencia ciudadana lo es más que el rechazo a tal o cual propuesta concreta. Por supuesto, tanto los políticos como los periodistas están más a gusto si les dejan hacer las cosas a su manera. Pero de esta forma pueden olvidar que lo que hacen es, o al menos debería ser, un servicio al público. Y si el público interviene, es más difícil que lo olviden. Es el fenómeno del micropoder.

La suma de micropoder e interconectividad que Glenn Reynolds llama “conocimiento horizontal” no hace de por sí a las masas sabias, sino inteligentes: incluso dándose circunstancias óptimas, el hombre no deja de poder adoptar libremente una decisión perniciosa. Pero, al igual que la media de las estimaciones del peso del buey era correcta, la suma de las intenciones humanas suele ser positiva. Organizar altercados y masas atontadas es algo que los hombres sabían hacer, sin necesidad de tecnología, desde el comienzo de la humanidad. Lo nuevo no es el potencial para actuar en masa (Hitler usaba un medio de masas, la radio, para aunar a la masa atontada por excelencia), sino el potencial para una acción constructiva y espontánea en grupo. Con todo, al igual que muchos cambios tecnológicos que prometían bienes, no todos aparecerán por sí mismos. Necesitamos buscar formas de maximizar la parte positiva y minimizar la negativa, conforme estas cosas se vayan extendiendo.

“Esto puede no ser tan difícil como suena. Los disturbios a veces son espontáneos, pero normalmente están más organizados de lo que parecen. Algunos —bandas que esperan obtener un botín, fanáticos religiosos que tratan de provocar un motín para apalear a los incrédulos, funcionarios del Gobierno tratando de aplastar a los disidentes— provocan estas cosas normalmente pensando que su responsabilidad al hacerlo se disolverá en la niebla creada por el disturbio y sus consecuencias. Entonces se forma la masa, y las personas que la constituyen hacen cosas, amparándose en el anonimato de la masa, que nunca habrían hecho por su propia cuenta.

Unas cámaras disuasorias y los reportajes pueden hacer más difíciles y más arriesgadas ambas cosas. Y las informaciones disponibles sugieren que las potenciales víctimas pueden evitar disturbios, y las autoridades al cuidado de la ley tendrían una idea más clara de lo que está pasando si hicieran un uso apropiado de lo que tienen a su disposición. Como todo, esto es una bolsa donde todo se mezcla, pero me parece que es improbable que la tecnología haga tanto para promover a las masas idiotas como hace para promover a las inteligentes. Páginas que se dedican a desmontar rumores, como Snopes.com son un buen ejemplo, en un mundo basado en la red: Snopes sirve a modo de un anti-libro Guinness, ayudando a neutralizar falsas reclamaciones hechas por gente estrafalaria o airada.

También en la política, el público puede conectarse y actuar con mayor rapidez que cualquier organización partidista o gobierno. Una vez más, los resultados dependerán de la capacidad de las estructuras y partidos políticos para aprender de la “sabiduría de las masas”. Como muestra de tal diferencia, veamos tres casos: los de China, España y Estados Unidos.

En 2003, un informe del instituto Carnegie Endowment for International Peace sugería que, a pesar de las dificultades que Internet planteaba a los regímenes autoritarios, también podía emplearse para fortalecerlos. China, según los autores, había obtenido “un notable éxito en el uso dirigido de Internet”. Sería, pues, un caso típico en el que la sabiduría de las masas no se ejercita de forma normal. Recordemos los cuatro elementos que, según Surowiecki, debían existir para que las predicciones o decisiones del público fueran acertados: diversidad de opiniones, independencia, descentralización y agregación. Recordemos que, para Surowiecki, el primer elemento era el que más fácilmente fallaba, cuando unos individuos podían conocer o adivinar la decisión de los demás. Pues bien, en el caso de China, la explotación de este defecto por parte de las autoridades (Partido Comunista) va más bien en dirección contraria: evitar que los ciudadanos conozcan no sólo la opinión de los demás, sino los elementos de información que sirvan como base para formarse su propia opinión.

Como es sabido, el principal elemento para el control por parte del PC Chino consiste en prohibir la mención y discusión de temas relacionados con la democracia y la libertad. Para evitar que las personas que tratan de eludir la censura se agregen entre sí (cuarto punto necesario para una “decisión sabia”), el PCCh ha integrado en su aparato represor una poderosa policía de Internet que persigue a los “transgresores”. En la primera de las tareas se han visto obligadas a colaborar las empresas occidentales que prestan servicios de Internet en China. Algunas de ellas, como Cisco, Google, Microsoft y Yahoo!, fueron llamadas a declarar en febrero de 2006 en una sesión informativa del Congreso de EEUU. Microsoft reconoció haber suprimido, dos meses antes, un popular sitio chino de su versión de diarios y blogs MSN Spaces. Yahoo! fue acusado de pasar a la policía china información sobre correos electrónicos, lo que habría llevado a la cárcel a algunos disidentes. Según la ONG Reporteros Sin Fronteras, una unidad de Yahoo! en Hong Kong entregó a la policía los borradores de e-mails de un usuario chino, y que estos fueron empleados como evidencia en un juicio por subversión que le supuso una sentencia de cuatro años de prisión.

Para las compañías extranjeras, el negocio de Internet en China es sin duda un campo de minas moral. Pero Internet como tal no debería condenarse como instrumento de control del Partido Comunista chino. Desde fines de 2002 se ha doblado, hasta 45,6 millones, el número de ordenadores conectados a Internet, y el de usuarios ha aumentado un 75%, llegando a 111 millones. El mercado lleva las de ganar sobre las restricciones. Más de un 20% de las personas consultadas en cinco ciudades chinas dijeron que Internet les ha permitido aumentar sus contactos con personas con las que comparten intereses políticos. En EEUU, ese porcentaje es de sólo el 8,1%. El 63% de los chinos declaró que Internet les daba mayores oportunidades de criticar al gobierno. En tiempos de Mao, decir eso habría implicado verse con el cañón de una pistola apuntándole a uno. Porque entonces el poder salía exclusivamente de los cañones de las pistolas. Ahora también sale de los cañones infinitos, aunque virtuales, de Internet.

Parece, por tanto, que el proceso de formación de un público sabio es incontrolable. La pregunta es, hasta qué punto el poder político puede ignorar esta sabiduría. Para el caso de una dictadura como China, la respuesta es, probablemente, que, puesto que la ciudadanía está disociada del proceso de elección de los gobernantes, la sabiduría popular no puede influir en absoluto en la política. La legitimidad del gobierno no se basa en sabiduría, sino en un mito, como explicaba Jung Chang —la autora de Cisnes Salvajes y de Mao. La historia desconocida—: “Deng Xiaoping decidió apoyar el mito de Mao diciendo que había hecho más cosas buenas que malas. Pero esto no se debe a que a Deng le gustara Mao, sino a que quería que el Partido Comunista siguiera en el poder. Los sucesores de Deng piensan que Mao es lo único que puede justificar que ellos y el PC sigan en el poder. Ellos no son un Gobierno electo y por eso dicen que Mao les dio el poder legítimo”.

De acuerdo