Según el diccionario de la Real Academia Española, confianza es la esperanza firme que se tiene de alguien o algo.

Partiendo de tal definición de este concepto de suma importancia, por todo lo que encierra el mismo, cabría reflexionar sobre cómo se encuentra la confianza que tiene la sociedad, a día de hoy, en España.

El actual Reino de España se encuentra, sin duda, en unos momentos de zozobra, de vaivenes y tiempos agitados por causas diversas, no tan distintas algunas, de las también inestables situaciones político-económicas que se viven en otras regiones de Europa, incluso de este mundo global que también las sufre y padece.

España, no obstante, es un país viejo, no por vetusto ni acabado, sino por estar ya curtido en una y mil batallas, en más de una epopeya, del que otros muchos países, por suerte, o por desgracia, según para lo que toque, carecen.

Nuestros abuelos y la gente de más edad, nos contaban cómo habían tenido que luchar para salir adelante, para sacar a sus hijos y a ellos mismos adelante, en un entorno hostil, en un país que se consumía por los repetidos enfrentamientos, externos e internos, que fueron provocados por los errores del propio hombre.

También, estos mismos abuelos y la gente más mayor, que no vieja, nos contaban y nos siguen contando cómo, a pesar de todo, a pesar de haber tenido que sobrevivir, unas veces dentro de su propia España, otras veces fuera, entre contienda y contienda (la primera Gran Guerra, la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial…), todo ello dentro de un mismo siglo, un siglo XX teñido de mucha sangre, sudor y no pocas lágrimas, a pesar de ello, tenían esperanza y, la tenían, porque no habían perdido la confianza.

Nos podemos preguntar cómo es posible que, en aquellos entornos tan desalentadores y dramáticos, estuviera alguien capacitado para tener esperanza, para seguir confiando no ya en su país, sino en sus propios semejantes. Y, sin embargo, confiaban, confiaron…

En los primeros años del siglo XXI, en España, hemos pasado de un Estado de bienestar, con las cotas más altas jamás alcanzadas de aquél, a otro Estado de (casi) necesidad, también con cotas muy altas, antes no alcanzadas, en este caso, desde la época de la Transición española hasta nuestros días (al menos, teniendo en cuenta los datos del desempleo, el alto nivel de exclusión social, con muchas familias carentes de ingresos, etc.).

 Sin embargo, habría que reflexionar sobre el porqué o, los porqués, que condujeron en la época de nuestros abuelos, o de la gente más mayor a nuestra actual generación, sufridora de este ya iniciado siglo XXI, a tener esperanza, a confiar, mientras que en la época presente, no es así (o, al menos, no se exterioriza con la misma fe que entonces).

Cada uno podría preguntar a su padre/madre, a su abuelo/a o bisabuelo/a (muchos de ellos ya no podrán, por cuestión de edad, respondernos a estas dudas), pero los que tuvimos ocasión de haberles podido escuchar, antes de que dejaran esta vida, por la otra vida eterna, siempre podremos sacar, al menos, dos respuestas clarividentes de la cuestión que ahora se debate:

Primero: tuvieron esperanza porque veían como posible lo que deseaban; sentían y vivían que, pese a todos los errores y horrores previamente vividos, en cada una de aquellas tristes y cruentas contiendas, el Estado, en el caso interno en España (los Estados, en las contiendas externas), estarían dispuestos a poner los medios necesarios para arreglar todo el desaguisado de los magnos estropicios causados por el irracionalismo humano y conducir a aquellos Estados hacia una senda que culminara en un entorno de bienestar, de respeto a los derechos humanos y en el marco de unas democracias con garantías constitucionales.

Segundo: tuvieron confianza, más que en las personas encargadas de llevar a cabo aquella formidable empresa, que significaba la reconstrucción de todo un país, en unas Instituciones a las que les fueron conferidas labores para  establecer las bases del anhelado estado de bienestar, el respeto a los derechos individuales y colectivos, en definitiva, el de instituir un Estado legal y democrático.

Muchos de nuestros esperanzados y confiados antepasados, a pesar de mostrar una envidiable confianza y esperanza en el futuro que atisbaban, con un presente muy incierto delante de sus cuerpos y un reciente pasado desolador para ellos, no tuvieron la suerte de llegar a ese destino parcial que tanto ansiaban, en el caso de España: la Transición política desde la Dictadura del general Francisco Franco, a la etapa en la que la Constitución Española consagró un Estado social y democrático de Derecho.

En efecto, el 20 de noviembre de 1975, el denominado Consejo de Regencia asumió, de forma transitoria, las funciones de la Jefatura del Estado hasta el 22 de noviembre, fecha en la que es proclamado rey ante las Cortes y el Consejo del Reino Juan Carlos I de Borbón. Posteriormente, con la elaboración de una nueva Ley Fundamental, la octava, la Ley para la Reforma Política que, no sin tensiones, fue finalmente aprobada por las Cortes y sometida a referéndum el día 15 de diciembre de 1976, promulgada el 4 de enero de 1977. Esta norma contenía la derogación tácita del sistema político franquista en sólo cinco artículos y una convocatoria de elecciones democráticas. Estas elecciones se celebraron finalmente el día 15 de junio de 1977.

 

Eran las primeras elecciones democráticas desde la Guerra Civil. La coalición Unión de Centro Democrático resultó la candidatura más votada aunque no alcanzó la mayoría absoluta y fue la encargada de formar gobierno. A partir de ese momento comenzó el proceso de construcción de la Democracia en España y de la redacción de una nueva constitución. El 6 de diciembre de 1978 se aprobó en referéndum la Constitución Española, entrando en vigor el 29 de diciembre.

El camino desde aquel 6 de diciembre de 1978 hasta nuestros días, ya es bien conocido por los que aún caminamos sobre las turbulencias de este siglo XXI, que comenzó con altas cotas de bienestar y que, desde el año 2008 hasta lo que llevamos de este 2013, parece que únicamente nos enseña cotas (y, por desgracia, muy altas) de desempleo y de empeoramiento generalizado de la economía, no sólo interna, también global.

Pero, volviendo al tema central de nuestra reflexión, preguntémonos  por qué, a pesar de que en estos tiempos no hemos pasado, gracias a Dios, por ninguna otra guerra interna ni haber tenido que soportar el enorme trauma y sacrificio de tener que sobrevivir y sacar adelante a familias enteras, en un entorno bélico o post-bélico, nosotros, hoy, no tenemos la confianza y la esperanza de nuestros antepasados (o, al menos, no la exteriorizamos con la fuerza de aquéllos).

Permítanme que apunte un posible porqué de esta gran paradoja, en la que unos, sin tener nada más que sus pies y manos para salir adelante, confiaron con esperanza y, otros (nosotros), con mucho más, sujetado a nuestros pies y a nuestras manos, no mostramos la esperanza y la confianza con tanta fuerza como aquéllos.

El apunte, aún a riesgo de no dar respuesta a todos los cabos de la cuestión debatida es este:

Los hombres y mujeres que hoy vivimos en España, no vemos, por lo general, a muchos políticos con altura de miras, con capacidad de servicio y que antepongan sus propios intereses a los intereses generales; Los hombres y mujeres que hoy vivimos en España, no vemos, por lo general, muchas Instituciones conferidas con los principios básicos por los que deberían regularse y actuar (esto es, con la transparencia e independencia debidas y sometidas a los principios de legalidad y objetividad).

Los hombres y mujeres del siglo XXI tienen, tenemos, una gran ilusión de recuperar la confianza, porque sin confianza, es muy difícil tener esperanza y, sin esperanza, es complicado hacer un mundo mejor, para y por nuestras generaciones venideras.

La confianza depende de muchos factores, pero, cuando se pierde o disminuye, es ardua la tarea para poderla recuperar.

 Necesitamos volver a confiar, primero, en nosotros mismos, en las grandes capacidades que todos nosotros/as tenemos para intentar salir adelante, creando un entorno más propicio que el actual y, después, en nuestros representantes políticos y en nuestras Instituciones.

Como dijo Robert KiyosakiActualmente la libertad y la seguridad no se encuentran tanto en lo que tenemos, sino en lo que podemos crear mediante la confianza”

Hagamos posible el reto: recuperemos, entre todos, la Confianza.

De acuerdo