Los primeros compases del nuevo año arrojan pocas dudas sobre  la situación general que atenaza la economía española. La persistencia de la crisis desatada en 2008,  su corolario  de recesión y mal funcionamiento del sistema financiero, el desacuerdo entre expertos y profanos sobre las causas  del problema y la extrema  gravedad de este último conforman nuestro imaginario personal y colectivo, mas alla de que en este escenario las amenazas repercuten de forma desigual  sobre  cada uno de nosotros .Al ciudadano medio no se le escapan  -con mayor motivo aún  si se trata de una víctima directa –   las nefastas consecuencias  que tanto para la actividad económica general  como para su propia vida social y colectiva  comporta la  aparición de hechos, sobre cuya gravedad resulta a estas alturas ocioso discutir. Entre ellos, por citar sólo los mas importantes, la caida del consumo privado y  de la inversión asociados a la consolidación fiscal, el recorte de gasto o las subidas de impuestos, el impacto depresivo de las medidas de austeridad y sobre todo, debido a  su particular dramatismo, el crecimiento imparable del desempleo, cuyas tasas han  terminando superando, una vez tras otra, las previsiones más pesimistas.

 

Hablamos de acontecimientos que ensombrecen la historia  reciente de nuestro pais. Los efectos devastadores de la crisis, cualquiera que sea la fuerza con que hayan irrumpido en nuestra vida diaria,  siguen siendo todavía hoy árboles que no dejan ver  el bosque de  las razones que, en el arranque del nuevo siglo,  podrían explicar y justificar  el declive económico, que ha servido de precedente y detonante del  estallido de la crisis financiera en  diversos paises europeos y en el nuestro propio. Nos preguntamos en efecto por las causas que han gobernado esta quebrada derrota, por las dificultades existentes para impedir este proceso de destrucción de valor. También por las medidas de salvamento finalmente adoptadas a escala internacional y europea y en especial por las aplicadas dentro de nuestras fronteras.

 

 Como no podía ser de otro modo,  asistimos en los últimos tiempos a un rearme intervencionista de los Estados nacionales, en la línea apuntada desde el comienzo de la crisis por el FMI.. Una decisión acorde con las políticas impulsadas por el Banco Mundial y el Banco Central Europeo como medio de eliminar el  atasco provocado por el colapso financiero, el descalabro de la deuda soberana y el descontrol del déficit. Lejos de oir el veredicto de los mercados dejando quebrar a  entidades financieras  que han ignorado de forma sistemática el riesgo  – como corresponde a la función selectiva  típica de las instituciones concursales- los poderes públicos han optado por rescatar la mayoría de las empresas bancarias en dificultades movilizando para ello ingentes recursos sin apenas rentabilidad. Las empresas mas eficientes y ortodoxas  terminan subvencionando de esta suerte a las menos escrupulosas y más arriesgadas.

 

Sobre este sombrío panorama planea un haz de reflexiones, que merecerían a todas luces una atención pormenorizado.  Exigencia  tanto más necesaria cuanto más firme y extendida  sea la idea  -hoy ya prevalente-  de que el nacimiento y agravamiento de la  actual  crisis financiera no es fruto de la casualidad sino de la causalidad.  En oportunidades anteriores he tenido ocasión de recordar la tendencia seguida por amplias capas de la población y no pocos  analistas de atribuir el desarreglo sistémico que hoy vivimos a una cadena de episodios originados al calor de la actuación de banqueros irresponsables, ejecutivos desleales, reguladores incompetentes, agencias de rating inadecuadas, consumidores derrochadores, mercados financieros inadecuadamente regulados y Estados nacionales incapaces de gobernar los problemas de la deuda soberana. La prensa escrita y los archivos judiciales dan buena fe de ello.

 

Parece pues llegado el momento de formular una vez más  las viejas Gretchänfragen : dado que la existencia de mercados globales ha puesto fin a la lucha ideológica por excelencia entre capitalismo y comunismo, a favor del primero ¿deberíamos repensar de nuevo un modelo que durante los últimos años ha fracasado en su función primigenia de proporcionar un plus de riqueza y desarrollo a quienes en una suerte de meritocracia despliegan talento y esfuerzo personales?  El análisis de la crisis deberíamos movernos asimismo a sacar conclusiones  sobre el liderazgo social de los economistas, cuyas contribuciones teóricas han pasado por ser durante siglos la religión secular de la sociedad. Lo mas urgente sigue siendo empero la incidencia de la crisis sobre el sistema de normas y principios del derecho privado, la disciplina regulara del mercado, el fenómeno de la insolvencia y, en  un lugar destacado, el andamiaje técnico y funcional del derecho de sociedades. Las nuevas tendencias de política legislativa ilustran, sin asomo de duda, en que medida han tendencias desreguladoras del último tercio del pasado siglo reclaman una revisión a fondo. Sobre estas y otras cuestiones seguiremos destilando estos “granos de arena”

De acuerdo