Creo que la amistad no obtiene hoy toda la atención sociológica que merece. No hay más que mirar a las plataformas televisivas y a las carteleras de cine para comprobar que el interés sociológico va por otros derrote ros: la carrera profesional, las nuevas formas de familia… Y sin embargo, no sólo es que el zeitgeist d e nuestra época (democrático, igualitario, horizontal) parezca totalmente propicio para las relaciones de amistad (que son electivas, soberanas y entre iguales) sino que los nuevos tiempos nos empujan a un escenario social en el que la amistad puede jugar un papel determinante.

No es un secreto para nadie que vamos hacia sociedades cada vez más envejecidas, con menos hijos, con mucho mayor nomadismo o movilidad geográfica, en gran medida provocada por motivos profesionales, con más divorcios, separaciones y familias rotas, con más familias uniparentales, con lazos vecinales cada vez más débiles, con menos sentido comunitario y de barrio y en general con mayor aislamiento individual. Paralelamente, esta sociedad cada vez más atomizada, y de lazos tradicionales debilitados, es una sociedad que no puede permitirse seguir incrementando la inversión pública en gasto social. En las últimas décadas del siglo XX y en las primeras del siglo XXI el Estado ha estado asumiendo funciones que de forma previa recaían en las familias: los niños entran cada vez antes en el sis tema educativo, muchas personas mayores acaban en residencias públicas, existen servicios sociales y sanitarios de apoyo domiciliario para personas dependientes o en situación de fragilidad… Pero el gasto público sube y sube, y evidentemente todo tiene un límite, y al Estado del Bienestar se le empiezan a ver sus costuras.

Y es frente a esta doble tendencia -el deterioro de los vínculos tradicionales y la necesidad de poner límites al gasto social vinculado al envejecimiento de la población y a las mayores expectativas de intervención pública en el bienestaren el que digo que la amistad puede adquirir una relevancia creciente, erigiéndose en un verdadero capital social para los individuos en cuanto individuos y en cuanto sociedad. Lo diré de forma clara y directa: sin redes de amigos, lo pasaremos muy mal, individual y socialmente. Nuestro modelo de bienestar no será sostenible sin esa forma de voluntarismo que encierran los lazos de amistad. Porque no hay mayor activismo social, ni de mayor eficacia y utilidad, que el que comúnmente ejercitado a través de la amistad.

La relación entre la amistad y la utilidad siempre ha sido conflictiva, pues se ha dicho que la amistad útil no es amistad sino conveniencia. Basta echar un vistazo a los clásicos para comprender que no es así. Epicuro decía que «no es verdadero amigo ni el que busca en todo la utilidad, ni el que no la une nunca a la amistad». Cuando de un amigo no recibimos nunca nada, ningún apoyo, ningún favor, ninguna consideración especial, la realidad es que terminamos pensando qué clase de amistad es la nuestra. Pero no hay que irse a los clásicos. En todos los estudios sociológicos actuales sobre el tema, hay una respuesta que se repite insistentemente sobre la amistad. Un amigo es alguien que está allí cuando se le necesita.

En el modelo de sociedad que tenemos, la amistad es una forma de voluntarismo a través del cual nos convertimos en canguros improvisados de los hijos pequeños de nuestros amigos, transportistas y orientadores de sus hijos adolescentes, psicólogos y entrenadores personales siempre disponibles para una conversación y un café, ayudantes en la búsqueda de empleo, acompañantes en las preocupaciones o el cuidado de los padres… y hasta en plataformas (no digitales) para la búsqueda de relaciones sentimentales después de rupturas traumáticas. Allí donde hay un amigo, hay alguien que no está solo y que cuenta con una persona cercana para no caerse o levantarse. Claro que la amistad es utilidad e intercambio. Utilidad e intercambio sin ánimo de lucro y en el que nunca se llevan las cuentas, salvo que el desequilibrio de la balanza sea tan grande que una de las partes empiece a cuestionarse la amistad de la otra.

Que la amistad genuina se funde en la afinidad y en la confianza mutua, o, como decía Aristóteles, en la virtud (en cierto modo, un amigo es un espejo en el que nos queremos mirar, porque nos gusta lo que refleja), no contradice nada de lo anterior. Muy al contrario, reafirma el capital social que representa la amistad en el mundo de hoy, tan mercantilizado y contaminado por la idea de que todo debe monetizarse. Precisamente porque la amistad ni se paga ni se vende, sino que es una forma de cooperación altruista que sin embargo redunda en el beneficio mutuo, sostengo que la amistad representa el gran capital social de nuestros días y del futuro.

Hacer amigos es hacernos más fuertes individual y colectivamente, y es, por ello, otra forma de hacer sociedad civil, y de hacernos más independientes frente a los poderes públicos y a la necesidad de su intervención.

En el modelo de sociedad que tenemos, la amistad es una forma de voluntarismo.

 

Francisco J. Fernández Romero, socio director de Cremades & Calvo-Sotelo (Sevilla)

De acuerdo