Sir Francis Galton (1822-1911), un primo de Charles Darwin que dedicó su vida a investigar en campos muy diversos y escribió 340 obras, pasa por ser el primero que aplicó los métodos estadísticos al estudio de la inteligencia humana, introduciendo los test y sondeos con los que hoy nos vemos inundados. En una ocasión, comprobó que la población de una aldea era capaz de estimar, con bastante exactitud, el peso de un buey, haciendo la media de todas las estimaciones individuales. Dicha media era más cercana al peso del animal que los dados por cada uno de los individuos, y por tanto también más exacta que los valores más repetidos (“modas”). Este fenómeno, que en resumidas cuentas manifiesta la verdad del refrán de que “cuatro ojos ven más que dos”, es lo que James Surowiecki llama “la sabiduría del público”. Es el título de uno de sus libros, The Wisdom of Crowds: Why the Many Are Smarter Than the Few and How Collective Wisdom Shapes Business, Economies, Societies and Nations, publicado en 2004.

La principal tesis de Surowiecki es que la suma de informaciones en grupos permite tomar decisones mejores que las que puede tomar cada individuo del grupo en singular, por una razón de simple estadística, ya que una muestra de individuos que deciden de forma independiente es más representativa del universo de posibles soluciones, y por tanto su predicción resulta más exacta. Para Surowiecki, esta ventaja se puede descomponer en tres: cognición (los juicios del público pueden ser más rápidos, más fiables y menos condicionados por presiones o prejuicios que los de los expertos o comités), coordinación (el público que comparte una cultura prevé mejor la reacción del conjunto de individuos y optimiza, por ejemplo, el uso de las aceras o del espacio en los restaurantes) y cooperación (el público es capaz de organizar redes de confianza sin que un sistema centralizado controle sus conductas o les fuerce a cumplir reglas).

Naturalmente, no toda masa de  personas es un “público sabio”, y no hace falta para ello recurrir a los ejemplos donde el pánico ha costado muchas vidas humanas: basta con subir a un autobús urbano para darse cuenta de que la gente tiende a quedarse en las zonas delanteras del pasillo, sin agotar los espacios disponibles al fondo, incluso a la vista de que puede haber personas en la cola que se quedarán sin entrar. Por eso Surowiecki asegura que hacen falta cuatro elementos para constituir un “público sabio”: diversidad de opiniones (para cuya existencia debe ser posible el acceso privado de cada persona a la información), independencia (no verse presionado por el resto), descentralización (capacidad de las personas para especializarse en conocimientos particulares) y agregación (debe existir un mecanismo que permita a los juicios privados intervenir en la elaboración de una decisión colectiva). De estas características, la que más fácilmente falla (y conduce a errores, según Surowiecki) es la primera, en particular cuando los miembros de un colectivo pueden conocer con facilidad las opiniones del resto y tratan de emularlos eliminando las diferencias: así se pierden los beneficios de la información particular y del juicio individual.

En esta teoría, Internet debería actuar facilitando la información privada e independiente, y —aunque pueda parecer contradictorio— la conexión entre los miembros de un colectivo que haga posible una decisión colectiva. La dificultad, efectivamente, consiste en que conectar entre sí a los individuos de un público puede provocar “cascadas de información” que les hagan perder su independencia. Para evitarlas, Surowiecki aporta dos consejos que —como es corriente en los autores norteamericanos— pueden parecer prácticos y, al mismo tiempo, algo superficiales: “mantenga holgados sus vínculos” y “manténgase expuesto al máximo posible de información”.

La vaguedad de estas recomendaciones revela que, en los intentos por ajustar las decisiones que afectan a una colectividad a la “sabiduría del público”, micropoder en definitiva, queda aún mucho por recorrer. De hecho, los estudios de Surowiecki se pueden aplicar a las predicciones sobre sucesos mejor que a las predicciones sobre decisiones que parecen colectivas: los sondeos sobre quién va a ganar unas elecciones políticas siempre son más exactos si se hace esa pregunta en abstracto —como si no dependiera de la opinión del encuestado— que si se pregunta a cada persona, en cuanto votante, a quién otorgará su voto. Esto no es poco, ya que preguntar a la gente cómo piensa que evolucionarán determinados problemas políticos podría orientar a los gobiernos sobre cómo afrontarlos. Pero hasta ahora no se conocen políticos que consideren responsable guiar su política por las predicciones del público más que por los deseos expresamente manifestados. Puede decirse que tales métodos sólo se aplican abiertamente en los campos que se conocen como “predicción de mercados” comerciales. La mejor expresión espontánea de esta sabiduría es la evolución de los precios (cuando no están intervenidos).

El desarrollo de Internet ha dado la razón a quienes se apoyaban en “la sabiduría de las masas”: los buscadores. La apreciación de que las páginas más visitadas serán posiblemente también en el futuro las que la gente querrá visitar y  las de contenido más interesante, y por eso han triunfado los buscadores-indexadores que han sabido analizar con mayor exactitud el significado de la navegación con simples datos estadísticos. Cuanto más se analice no sólo que páginas, sino qué en las páginas interesa, cuánto tiempo se dedica y, sobre todo, cuál es el orden de lectura (de qué página proceden los visitantes de una página), más fácil será hacer una jerarquía de interés. Uno de los factores fundamentales para la jerarquización son las conexiones (links). Internet, en su comienzo, ofrecía simplemente la posibilidad de interconexión. Una vez realizada ésta, los buscadores han debido analizar quién se conecta con quién, para poder prever adónde querrá ir quien entra en la red por uno de sus extremos.

Si comparamos la red con la cuenca de un río que tiene ríos tributarios, cuando llueve en una parte de la cuenca, un buen cálculo podrá decirnos en qué momento llegará esa agua a la desembocadura del río tributario en el principal, o cuándo llegará dentro de éste al mar. La ventaja de conocer la red de Internet es que, cuando una persona aparece por uno de los extremos y sabemos el motivo probable por el que ha entrado (palabras que busca, página de la que procede), es más fácil que podamos ofrecerle rápidamente lo que busca, sin esperar, como el agua, a que vaya deslizándose. Y eso es lo que hacen los buscadores. Un sistema de predicción que mejora el de las encuestas políticas —al igual que las mejoraba preguntar en abstracto quién ganará—, ya que aquí no preguntamos qué votará, sino que sabemos qué páginas web está visitando de hecho.

De acuerdo