La canciller Angela Merkel ha dado por muerta la vía de la multiculturalidad en su país. En Alemania, dos de cada diez de sus nacionales son de origen extranjero. Por eso, la voz de Alemania en este tema nace de la experiencia.
La canciller ha abierto con decisión y argumentos un debate necesario que las posiciones extremistas han venido convirtiendo en polémica en toda Europa. Tras los logros del mercado común y la Unión Europea, la Europa de las personas está resultando un proyecto mucho más complejo. Es cierto que las migraciones y el encuentro entre culturas han sido parte fundamental de la historia de nuestro continente. Como dijo Margaret Tatcher, Europa es producto de la historia, y debemos actuar siempre bajo esta enorme responsabilidad. Nuestro pasado enriquece el presente y nos plantea como gran reto de futuro conseguir que las distintas culturas convivan de manera positiva en todos los países de la Unión.
La primera cuestión que se pone de manifiesto en este debate es la necesidad de encontrar soluciones locales aunque se trate de un problema global. Cada país de la Unión tiene una historia distinta y una realidad demográfica diferente. Cada país debe buscar las políticas de integración más eficientes, pero resulta imprescindible la coordinación entre todos los estados miembros de la Unión. La libre circulación de personas plantea nuevos retos en la política de inmigración, pero la propia Unión posibilita instrumentos modernos de integración de las culturas nacidas fuera de nuevas fronteras. Alemania, voz autorizada, ha movido ficha. Las instituciones también deben encarar el análisis sobre cómo construimos en positivo la Europa más diversa de la historia. Por encima de polémicas estériles y prejuicios, éste es el verdadero reto que nos atañe a todos. Es la hora de los estadistas que, como definía Churchill son aquellos que piensan en las próximas generaciones más que en las próximas elecciones.
Javier Cremades