El micropoder es una de las más importantes consecuencias del cambio de paradigma provocado por las nuevas tecnologías porque transforma las relaciones políticas, sociales y políticas. La importancia de la implementación de estas nuevas tecnologías se advierte con mayor claridad cuando se profundiza en su relación con la acción humana, en general, y con la acción política en particular.
Históricamente se ha señalado que la revolución industrial invirtió la relación entre el hombre y sus instrumentos de producción. El hombre, que había sido el agente principal de la producción, se convirtió en servidor del instrumento de esa producción: la máquina. Si, hasta ese momento, las fuentes de energía habían sido empleadas por el hombre para su propio provecho, a partir de entonces, se invirtieron los papeles: la energía del trabajo humano se puso al servicio de la transformación de esa energía natural.
La revolución de las nuevas tecnologías surgidas del proceso de digitalización, en cambio, potencia y confirma, en primer lugar, la adecuada relación entre el hombre y sus instrumentos de trabajo. Para entenderlo, puede acudirse a la distinción aristotélica según la cual, los instrumentos pueden serlo de la acción (praxis) o de la producción (poiesis). Los instrumentos de la producción se emplean para obtener alguna transformación exterior, por causa de la cual son usados. Los instrumentos de la praxis, en cambio, nada producen que no sea una transformación del propio sujeto, única razón de su posesión y empleo. Edificar, pues, una casa, es una producción en sentido aristotélico, disfrutarla, en cambio es una acción o praxis. El trabajo manual es una poiesis, con un resultado distinto de la actividad misma; el conocimiento es una praxis, donde conocer es haber conocido y seguir conociendo, hasta el infinito.
Precisamente las nuevas tecnologías se caracterizan porque, a diferencia de las antiguas, potencian y perfeccionan lo que pueden considerarse instrumentos de la praxis humana, especialmente la propia capacidad de conocimiento. Esta característica tiene una importante repercusión en la acción social, haciendo surgir el concepto de micropoder. En lugar de una sociedad dividida entre una masa ciega y pasiva, por un lado, y una élite inteligente y activa, las nuevas tecnologías posibilitan el surgimiento de una masa inteligente, activa y revolucionaria, con un grado de interrelación social altísimo, que hará de los que permanezcan al margen de ella una minoría desconocedora, inactiva y fuertemente apegada a unas tradiciones apenas justificables racionalmente.
Por tanto, uno de los efectos de las nuevas tecnologías es su contribución a mejorar la acción humana, ampliando su ámbito operativo y la calidad de sus resultados. Esta es la fuente del nuevo micropoder que está a disposición de los ciudadanos del s. XXI. Como todo poder, es necesario emplearlo correctamente, por lo que el reto es lograr que los nuevos instrumentos hagan más honda, más humana y justa la experiencia personal de libertad.