Hace un año, el mundo especulaba sobre la elección de Donald Trump y la posibilidad de que cumpliera sus promesas de campaña, que más que objetivos se convirtieron en la campaña de “marketing” mejor ejecutada en temporada de elecciones, donde los caballos de batalla del candidato, fueron los comentarios inmorales, misóginos y xenófobos; y a pesar de todo resultó electo, el presidente que nadie quería pero que la mayoría votó.

Una de las promesas de campaña, que tuvo – y tiene – mayor rechazo es la construcción de un muro en la frontera con México. La justificación de dicha medida obedece al crecimiento de la población migrante ilegal, la ola de crímenes, narcotráfico y la falta de empleos para los ciudadanos estadounidenses que se ve mermada por puestos ocupados por no “americanos”.

Los demócratas se oponen tajantemente a esta medida, pues consideran que es una solución superada del siglo pasado, que además de no solucionar los problemas migratorios en el país, generará un gasto excesivo de miles de millones de dólares; la oposición y malestar son manifiestos, incluso para los republicanos, que a pesar de ser el sector conservador puro y duro, consideran que esta medida no soluciona los problemas que se pretenden evitar, sino que los aumenta, al generar una separación física, que se convierte en un símbolo de intolerancia y de bloqueo, para un país que sustenta su sistema económico a partir de sus relaciones comerciales internacionales.

A primera vista, soportar esta medida se opondría a las políticas del “Free World” y daría un mensaje equivocado al resto del mundo, ya que tal y como lo ha evidenciado el estudio del Pew Research Center (Centro de Investigaciones Pew) – “think tank” con sede en Washington D.C. – ; existe un rechazo internacional contundente contra la construcción del muro. Por ejemplo, para el caso de España existe un rechazo del 92% de los españoles, quienes no están de acuerdo con esta política.

Los principales alegatos del presidente Trump para la construcción del muro, son precisamente la crisis humanitaria y de seguridad que afecta a los Estados Unidos. Pese a que se ha considerado que dicha promesa de campaña ha sido un disparate y que ha buscado solamente obtener votos del sector con más prejuicios, el tema se mantiene vigente, inclusive desde las redes sociales del mismo presidente.

Es necesario hacer una pausa y definir claramente cuáles son los problemas de fondo, para a partir del diálogo, la cooperación internacional y el sentido común tomar las medidas necesarias y coherentes que realmente solucionen estos conflictos, donde muchos seres humanos se ven afectados. Lo cierto es que, son más los migrantes que entrando de manera legal luego permanecen en los Estados Unidos una vez vencida su autorización para permanecer en el país, que los que cruzan la frontera arriesgando su vida, buscando un futuro mejor que el que les afecta en sus propios países; tampoco es cierto que los crímenes son cometidos por no nacionales, por lo que esta posición ante el rechazo a nivel mundial, afectaría no solo la imagen de un país garante de libertades sino que generaría relaciones tirantes con los demás países con los que los Estados Unidos tiene relación.

El escenario no es claro, pero históricamente cualquier propuesta presidencial sucumbe ante las necesidades del mercado americano y a su sistema federal, por lo que no es viable que una posición retrógrada, se cuele fácilmente en el Congreso y el Senado.

Lo más lógico, es considerar que este discurso busca mantenerse como caldo de cultivo de adeptos, en las cercanas elecciones legislativas de medio mandato, por lo que la consecución de una posición radical restaría más que sumar votos en las futuras elecciones, donde se encuentra en juego la mayoría republicana en el Congreso como en el Senado.

Se debe tener en cuenta, que el presidente Trump, como empresario exitoso, no solo ha expresado en el pasado que hay que derribar los muros, sino que en 1998 buscó tender puentes con Cuba –con quien finalizó recientemente el embargo que se había impuesto en la pasada administración de Fidel Castro -. No obstante, mantiene la misma estrategia empleada en su campaña política, aplicándola a estas elecciones, donde postulados tan radicales obligan a los demócratas –al mejor estilo de “House of Cards”-, a tener que negociar sus posiciones, puesto que declarar al país de puertas abiertas, no es una posición con la que este partido se encuentre cómodo, lo que obliga a los demócratas a negociar proyectos menos descabellados en la agenda del presidente Trump, con el brazo doblado.

Aunque estas elecciones legislativas no beneficien directamente al presidente y la mayoría no se incline a los republicanos, es un hecho que las políticas públicas que quiera implantar el presidente Trump, van de la mano con una estrategia que va más allá de un mandatario caricaturesco y para muchos risible; sus “ocurrencias” tienen un fin mayor al que los medios de comunicación hacen ver.

 

Natiuska Traña Porras
Abogada de Cremades & Calvo-Sotelo

De acuerdo