Las semanas siguientes a unas elecciones todo el mundo comenta los resultados, extrae conclusiones y plantea temores. Pocas veces ocurre algo. Al menos en esta ocasión no ha sido así: dimisiones, reacciones y la guinda: ¡abdicación! Un nuevo reinado para un pueblo soberano que reclama cambios. Mientras el centro derecha y centro izquierda se abstienen masivamente en las elecciones, la juventud recupera el espíritu de mayo del 68, unos cuantos indignándose y los que más utilizando su voto a falta de los adoquines que se lanzaron entonces en Paris.
El de la coleta y su panda, ese del anacrónico apellido Iglesias -las que si le dejan quemaría- ha demostrado el peligro de la manipulación de masas 3.0, se ha visto aupado por un millón de votos algo despistados, pero furiosos y claramente deseosos de ver cambios profundos al menos en tres potentes reivindicaciones: la primera es regenerar la clase/casta política de los dos partidos principales, exhaustos de escándalos y donde los barones no dejan emerger nuevos líderes. La segunda es reequilibrar el esfuerzo de la recuperación y que no parezca que sólo beneficia a las castas de privilegiados, como tan de moda está decir ahora. La tercera es cuestionar el modelo de estado y la unidad de España. Si se juntan sus votos con otros la sorpresa es mayúscula y truena la historia reciente más sombría.
Desapareció el terrorismo de goma2, ilegal, sangriento, obsoleto y estéril cuando internet y sus redes demostró ser un arma global legal y cuánto más potente. Pero no por ello desapareció el terror: Si seguimos a la deriva, en un año el 90% de los ayuntamientos de Cataluña serán de ERC y de ahí a una declaración unilateral de independencia hay dos telediarios.
Jamás la comunicación tuvo más importancia y fue más necesaria y nunca antes se tuvieron tanto medios para hacerla y llegar a todos como ahora. Y sin embargo, con este escenario, la estrategia de comunicación del gobierno ha sido un caldo de cultivo revolucionario. Mientras Arias Cañete y Valenciano se enzarzaban en tormentas de taza de té sobre machismo, aborto o lo mal que lo hicieron unos y otros, las Marie-Antoinettesde Montoro y de Guindos sacaban gráficos y estadísticas con que España va bien y se recupera cuando la gente sigue sufriendo la falta de trabajo, las pymes y autónomos siguen sin crédito y eso sí, todos se han visto trasquilados a impuestos mientras la deuda nacional que sostiene un Estado sin reformar sigue creciendo….
Lo sorprendente es que en la derecha muchos son los que se creen todavía el cuento de que la buena marcha de la economía les dará la victoria en 2015. ¡Ojalá! Pero no parece ser eso lo que una gran mayoría de votantes han dicho en las urnas: en Cataluña muchos han dado alas al independentismo y en toda España han vociferado que no a los recortes siempre del mismo lado y no a esa recuperación que sólo parece beneficiar a los inversores en bolsa y a la banca.
A los indignados se les dijo que votaran democráticamente y eso han hecho, y sus votos se han mezclado con los que vivieron hasta ahora su cabreo sordo en casa, convirtiendo el resultado en un rugido radical. Pero la verdadera lección de democracia de estas elecciones ha sido que, por primera vez, se hace evidente qué ocurre cuando muchos no van a votar. Hasta ahora todo giraba en torno a dos partidos masivamente votados y era difícil demostrar esa idea de que “cuando se es de derechas, si no votas te botan. Y efectivamente, así ha sido. La izquierda se moviliza casi siempre. Mientras vemos en los resultados a la izquierda fragmentarse en varias alternativas de diferente calado y mensaje: ¿Dónde están esos millones de votos ausentes que obtuvo el PP en anteriores elecciones? La mayor demostración de irresponsabilidad democrática es no votar. Y quien más sufre este mal es el supuestamente más culto centro derecha y centro izquierda, al que se le presupone más criterio y responsabilidad. ¿Son nuestros ilustrados abúlicos o antidemocráticos o ha sido su silencio el mayor toque de atención precisamente para que se le vean los colmillos al radicalismo?
El PSOE, gran perdedor (por ahora) parece haber tomado nota del varapalo: “Podemos” no es nada más ni nada menos que todos los votos que no han obtenido ellos por no regenerarse. Pensar que ese millón de votantes se han leído en serio el despropósito de programa electoral sería ilusorio.
Con estos resultados electorales ya no resulta excesivo decir que la falta de regeneración en el bipartidismo lleva a la ingobernabilidad y la anarquía.
La ausencia de proyecto, evidenciada por el exceso de oportunismo durante la campaña, la poca ilusión y ninguna cara nueva, en la izquierda se ha llamado en gran parte Podemos y en bastante menor medida Izquierda Unida. España es de izquierdas. El PSOE, moribundo, dividido y al borde de la desaparición ha dado el paso a “debemos” y tiene ya candidatos, sólo que todos ellos declaradamente republicanos y pidiendo nueva constitución…
¿Y el PP? ¿Quo Vadis PP? Por ahora nadie cree capaz a Mariano Rajoy de atender la imperiosa necesidad de renovar completamente la cúpula del PP y dar paso a la enorme base de talento que cuenta en sus filas. Y si no lo hace pronto será tarde, como ocurrió en Andalucía. Ya en el congreso de Valladolid se quejaban los jóvenes del vacío y ostracismo al que se les sigue sometiendo. Tampoco nadie se lo imagina liderando algo que personalmente ni entiende ni valora: una estrategia de comunicación social como tabla de salvación, basándose sencillamente en transmitir confianza e ilusión, recuperando la iniciativa y el discurso, liderando el debate y no estando ausente de él como ahora. Y no comunicados del CIS y del Banco de España que nadie entiende ni sabe traducir en pan y sueldos.
En estas elecciones se ha hecho evidente que la alternativa –y radical- por la izquierda existe. Para la juventud indignada había una opción democrática en las urnas y para los ciudadanos responsables que no toleran la deriva de los dos grandes partidos también. Pero no todos ciudadanos se han expresado democráticamente y de forma responsable. Los decepcionados de la derecha y los mal-llamados indecisos del centro derecha, los hastiados de política conjugada con corrupción y los que están hartos de la retórica de los mismos peleados entre sí, se han quedado en casa. Sólo espero que en las próximas elecciones -si no es inmediatamente- despierten de su letargo, en parte motivados por los cambios necesarios que la sociedad espera y no llegan y movilizados para frenar las amenazas que cada vez más parecen peligros reales y presentes.