Desde finales de los ochenta, el capitalismo se ha aceptado como el único modelo económico viable. Incluso, muchos denominan la sociedad occidental actual con el adjetivo de “capitalista”, queriendo expresar un modelo basado en la libertad económica y política de los ciudadanos, que serían los auténticos protagonistas de la organización social. Sin embargo, en la mayor parte de las llamadas sociedades capitalistas, el papel del Estado en la economía supone, en términos cuantitativos, alrededor de la mitad del Producto Interior Bruto. No podemos concluir, por tanto, que el capitalismo, en cualquiera de sus concepciones teóricas, se haya dado en su totalidad, con toda su fuerza y vigor. Solamente en los últimos años, de la mano de las nuevas tecnologías, estamos asistiendo a la recuperación del ciudadano como el protagonista del impulso económico y político de las sociedades desarrolladas.
Los cambios que hemos experimentado en los últimos años han sido de tal envergadura que han generado el debate sobre si estamos o no ante un nuevo paradigma en lo económico, en lo social o en lo político como consecuencia de la introducción en nuestras vidas de Internet y las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones. Se ha hablado mucho de ‘nueva economía’ como etiqueta para describir esta nueva situación, si bien es verdad que cayó en desuso, e incluso llegó a ser sinónimo de burbuja especulativa. Pero, por encima de coyunturas económicas, hemos visto como los negocios se impregnaban de las nuevas tecnologías, de las comunicaciones y de cualquier cosa relacionada con los ordenadores y con Internet. Las nuevas tecnologías se han conformado en un canal y en un marco, en un instrumento para dar lugar a una redistribución de poder entre los que participan en este entorno. Está siendo los catalizadores de ese nuevo fenómeno de redistribución llamado micropoder.
Hay que resaltar que, aunque hablemos continuamente nuevas tecnologías en un mundo globalizado la realidad es compleja. Es verdad que existen esas nuevas tecnologías, es verdad que disponemos de Internet, pero no es menos cierto que no todos en nuestras economías tienen todavía ese acceso y, desde luego, carecen de él la mayor parte, en términos cuantitativos, del planeta. La revolución del micropoder es un proceso todavía en marcha.
Pero es un hecho que la aparición de nuevas tecnologías, la digitalización de la economía ha tenido como fruto un nuevo tipo de tecnología, que muchos han denominado “disruptiva”. Esta tecnología, tiene varias dimensiones. Por una parte, se ha orientado al proceso y ha traído como beneficio una reducción significativa de los costes de producción. Por otra, la propia tecnología se ha convertido en un bien de consumo: en nuevos productos y servicios al alcance de los consumidores. Desde otro punto de vista, cada vez más es posible conocer los perfiles o modelos de compra, los patrones de consumo, lo que permite un ajuste más fino entre lo que se produce y lo que demandan los individuos. Los consumidores acceden a más información sobre lo que tienen la oportunidad de consumir, y a la posibilidad e compara precios en condiciones análogas. Finalmente, el proceso de difusión de la propia tecnología, gracias a las redes, a Internet, es más rápido, más extenso y más barato. A esto cabría añadir, que para optimizar aún más y obtener mayores sinergias hay procesos de convergencia tecnológica, que hacen aplicable la tecnología en distintos procesos productivos y en distintos productos y servicios como consecuencia. Así, podemos considerar el ejemplo de la Voz sobre IP. La tecnología basada en Internet se utiliza también para la transmisión de voz, y luego para la transmisión de imágenes.
La revolución del micropoder tiene otro importante síntoma en la evolución que se ha experimentado en los patrones de comportamiento de la persona. No cabe duda de que se ha producido un cambio en el modelo de consumo que ha provocado un cambio en el estilo de vida. Aunque hay discusiones sobre qué fenómeno discuten qué se da primero. Lo que parece claro es que el proceso de digitalización que reduce los costes de producción y alimenta la competitividad, reduciendo en último término los precios, ha provocado la existencia de mayor renta a disposición de los individuos y de las familias. Por tanto, es lógico que cambia la composición relativa de la cesta de la compra y que se pueda dar cabida a esa tecnología hecha producto o servicio (por ejemplo, el entretenimiento en red, o la compra de canciones o el acceso a las noticias de un periódico online). Se produce una reducción en el consumo de alimentación y vestido y calzado, y se destina más a ocio, cultura, educación, vivienda transporte y comunicaciones.
La tecnología aplicada a la producción es conocimiento aplicado, es saber hecho realidad práctica reproducible que ayuda a obtener mejores productos o servicios. Esta nueva economía del conocimiento lleva consigo la emergencia de la persona como titular del micropoder, entendido siempre en un marco relacional.
El entonces vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, propuso hace años una serie de objetivos de cara a al futuro de la sociedad de la información: “Primero, la mejora del acceso a la tecnología, de tal manera que, en la próxima década, todo el mundo esté cerca de los servicios de telecomunicaciones de voz y datos. Segundo, la superación de las barreras del lenguaje y el desarrollo de una tecnología que permita la traducción automática en tiempo real. Tercero, la creación de una red global de conocimiento, en la que se trabaje para perfeccionar la educación, la atención a la salud, los recursos agrícolas, la seguridad pública y el desarrollo sostenible. Cuarto, la utilización de las tecnologías de la comunicación para asegurar la libre circulación de ideas que den soporte a la democracia y a la libertad de expresión. Y, quinto, la utilización de las tecnologías de la comunicación para expandir la oportunidad económica a todas las comunidades del mundo”. Aunque hemos avanzado, globalmente estos objetivos permanecen hoy en día vigentes, pero deben corresponder a una visión más completa que sirva de soporte y fundamento.
En la medida en que la economía, sea cuál sea su denominación, sea un reflejo de una sociedad que vela por las personas, por su derechos, por sus relaciones, por sus libertades podremos acometer los nuevos retos que se nos plantean. En la medida en que la revolución del micropoder se desarrolle y llegue a todas las personas y a los grupos e instituciones que estas quieran formar, se producirá una mejora sistemática en las realidades del poder político, del gobierno de las organizaciones empresariales, en la calidad, abundancia y eficacia de los bienes y de los servicios que se producen e intercambian.
Todo cambio en la organización de la sociedad, en la forma de relacionarse, en el intercambio que realizan todos y cada uno de los integrantes de la misma inciden efectivamente en la sociedad en su conjunto. Pero son las personas las que inician el cambio. El cambio en el pensamiento, el cambio en la cultura, cambia primero la sociedad. Y de un tiempo a esta parte, hemos experimentado un cambio por el cuál hemos vuelto a la persona, a considerar cómo es. Y consecuentemente, le hemos dado el conocimiento, las relaciones, el poder que le corresponden en este marco. Es la revolución del micropoder.
La economía está experimentando un cambio. Parece difícil juzgar si estamos ante una evolución lógica del capitalismo o ante una nueva realidad. Lo que si vemos como realidad cercana es una sociedad que tiene a su disposición más información de una mayor variedad de fuentes, unas empresas transformadas por las nuevas tecnologías, personas que se relacionan con mayor versatilidad y que cuentan con mejores medios para defender sus ideas e intereses de cara a la organización de la economía y del poder político. Podríamos decir, de alguna forma, que un capitalismo de las personas y para las personas parece posible. Todas ellas tienen a su alcance nuevos ámbitos de influencia que he tratado de describir y conceptualizar: es el micropoder. Y hemos podido comprobar ya, hoy en día, junto a los problemas, las limitaciones y los riesgos, la multitud de efectos positivos que se derivan de esta situación. Estamos, por tanto ante un cambio en la sociedad que tiene su traducción en la organización política y en la economía, ya que son dimensiones de una misma realidad. Tenemos ante nosotros una nueva generación, la generación del micropoder. Le hemos dado una oportunidad y la ha aprovechado. ¿Le daremos más?