Una de las notas que caracterizan la gestión pública y privada del presente es una determinada mentalidad que conduce a actitudes y comportamientos en los que se trata de no correr ningún riesgo. El cálculo, la ambigüedad deliberada, el distanciamiento artificial, el miedo al compromiso, son algunas de las características que adornan el retrato robot del dirigente a imitar, aquel que siempre se las arregla astutamente para permanecer en la cúpula.
Esta sintomatología es la consecuencia del miedo a la libertad, del miedo a la responsabilidad que hoy, guste o no, está bien presente en las actitudes y comportamientos de los nuevos gestores y dirigentes. En efecto, hoy nos encontramos ante una tecnoestructura empeñada en el control absoluto y total de las cuestiones de ordinaria administración. Esta tarea supone igualmente una nueva lógica de dominación y servidumbre a partir de la proliferación de un conjunto de reglas y prohibiciones que la tecnocracia dicta desde el vértice bajo la rúbrica de la tranquilidad general y la paz social. Si resulta que estas nuevas prohibiciones violan determinadas libertades públicas, se argumentará que hoy la seguridad ciudadana demanda nuevas respuestas.
Es lógico que desde estos postulados se combata la iniciativa, se condene al aislamiento al que se mueve, se ironice sobre los peligros de tener ideas propias y, en fin, se inocule la sospecha a priori de todo ejercicio no controlado porque es un factor de riesgo que va contra la necesaria evolución y respiración que toda la sociedad necesita. Al final, quien se inhibe, es curioso, suele ser mejor considerado que el que se atreve a poner en marcha nuevas ideas y proyectos, que acaba convirtiéndose en un ser perturbador en la medida que puede introducir riesgos en la comunidad.
En fin, desde estas coordenadas la ideología del riesgo yugula la libertad, la iniciativa y nos lleva al infantilismo y a la despersonalización del ciudadano y de la vida social.
Para terminar, una cita de Tocqueville de “La democracia en América” cuya meditación hoy me parece que más actual que nunca: “El soberano extiende sus brazos sobre toda la sociedad. Cubre su superficie de una red de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuáles los espíritus más originales y fuertes no sabrían abrirse camino para sobresalir entre la multitud; no quebranta las voluntades, sino que se opone sin cesar a que actúen…”
Jaime Rodríguez Arana
Doctor en Derecho y Catedrático de Derecho Administrativo.