El libro de Javier Cremades, Sobre el imperio de la ley, tiene una virtud poco frecuente en nuestro tiempo: devuelve solemnidad y urgencia a una idea que muchos daban por descontada. No se limita a elogiar el Estado de derecho, ni a repetir fórmulas constitucionales, sino que invita a preguntarse qué queda realmente del imperio de la ley cuando se lo somete a la presión del miedo, de la polarización y de la violencia. Sus páginas, llenas de ejemplos históricos y advertencias muy actuales, no clausuran el debate: lo abren. Señalan peligros, formulan diagnósticos, sugieren analogías —como la del virus que corroe desde dentro el tejido del derecho— y obligan al lector a pensar en el futuro más que en la mera nostalgia del pasado.

Si algo late en el trasfondo del libro es la convicción de que el derecho no es un simple instrumento técnico, sino una arquitectura frágil que puede sostener la libertad o dejarla caer. Sus páginas nos recuerdan que el Estado de derecho, dentro de cada país, es una conquista históricamente rara y siempre reversible; y que las democracias no son fortalezas inexpugnables, sino organismos expuestos a infecciones recurrentes. Esa perspectiva se amplía de forma natural al ámbito internacional: también el derecho entre los Estados —la prohibición del uso de la fuerza, la protección de los civiles, el respeto a los tratados, la persecución de crímenes atroces— forma parte de un mismo cuerpo normativo. No hay dos mundos separados, uno doméstico y otro exterior; hay un solo “body” jurídico que, cuando se descuida por un lado, enferma en su conjunto.

Plantear el futuro del imperio de la ley exige, precisamente, preguntarse cómo reaccionarán las democracias y la comunidad internacional ante las amenazas presentes. El libro alude a diferentes focos de tensión —guerras, populismos, ataques a las instituciones, regresiones autoritarias— que desencadenan en sociedades enteras algo parecido a las respuestas instintivas del miedo: lucha, huida o parálisis.

Siguiendo la conocida tríada de la psicología —fight, flight, freeze— pueden imaginarse tres posibles evoluciones del Estado de derecho. En el primer escenario, un fight, mal entendido lleva a los Estados a reaccionar con firmeza ante las agresiones, pero a costa de las normas que dicen proteger: se generalizan fuerza, restricciones y excepciones, y la “causa justa” (seguridad, integridad, lucha contra el terrorismo) se convierte en coartada para relativizar principios antes indisponibles. En el segundo, domina la flight, la huida: democracias fatigadas se repliegan, tratan la defensa del derecho internacional como algo prescindible y se refugian en un constitucionalismo insular que olvida que el orden externo forma parte del mismo entramado que garantiza la paz interna. En el tercero, el de la freeze, la parálisis, abundan las declaraciones solemnes, pero la reacción efectiva es minima. Los mecanismos de responsabilidad se activan tarde, la presión política se modula en función de intereses inmediatos, la exigencia de coherencia se diluye. El cuerpo jurídico internacional, concebido como un organismo vivo, aparece entonces como un paciente crónico: ni se le deja morir abiertamente ni se le aplica el tratamiento intensivo que necesitaría. Este inmovilismo, que Cremades insinúa al describir la permeabilidad de las democracias ante las autocracias y el avance de los ataques al Estado de derecho, es un modo sofisticado de abandono.

En los tres casos subyace el mismo riesgo: la desvinculación entre discurso y práctica, entre el respeto formal al derecho y su vigencia real. Y, sin embargo, el libro no traza un panorama sombrío, sino que apunta también, con deliberada apertura, a la posibilidad de otro camino. Si el derecho internacional es un cuerpo único, la única forma de conservarlo es tratarlo como tal: sabiendo que lo que se tolera en un rincón del sistema se convierte en lesión para el conjunto. No hay inmunidad local: un crimen internacional impune, una guerra de agresión normalizada, un ataque frontal a la independencia judicial, un desprecio sistemático por la prensa libre son golpes que afectan, tarde o temprano, al equilibrio general.

El futuro del imperio de la ley pasa, por tanto, por una decisión de fondo: abandonar la lógica reactiva del miedo y recuperar la calma reflexiva que inspiró las grandes reconstrucciones jurídicas tras las catástrofes del siglo XX. No se trata de renunciar a la defensa —a veces enérgica— frente a quienes violan las normas, sino de asumir que esa defensa sólo es legítima si permanece dentro del marco legal que pretendemos salvar. La verdadera fortaleza del Estado de derecho no reside en su capacidad para adaptarse a cada circunstancia, sino en la firmeza con la que se niega a sacrificar sus principios cuando resultan incómodos.

A través de estas páginas, con su insistencia en la importancia de conocer “las intrigas de los que combaten el imperio de la ley” y de comprender la naturaleza del Estado de derecho como patrimonio delicado, Cremades nos recuerda que no estamos ante un problema reservado a juristas o diplomáticos. Cada renuncia al control judicial, cada ataque a la libertad de prensa, cada desprecio a las sentencias internacionales, cada justificación ligera de la violencia en nombre de supuestas causas nobles es una contribución, pequeña pero real, a ese desplome que el libro sugiere como peligro latente. Al mismo tiempo, cada gesto de fidelidad al derecho —cuando nos resulta incómodo, cuando cuesta, cuando es arriesgado o exige ir contra la corriente— es un acto de reconstrucción.

El mérito del libro está precisamente en esto: no ofrece soluciones fáciles ni eslóganes tranquilizadores. Se podría decir que mantiene abiertas preguntas que muchos juristas y ciudadanos en general nos formulamos: ¿hasta dónde estamos dispuestos a defender el imperio de la ley cuando el coste deja de ser retórico? ¿Qué precio vamos a pagar, como sociedades, por cada zona de sombra que aceptamos en nombre de una seguridad inmediata? ¿Cuánto tiempo podrá resistir ese “body” jurídico internacional si se lo desatiende sistemáticamente en cada crisis?

Quizá una de las lecciones que se desprende de las reflexiones que el autor nos propone en este texto necesario, es que el futuro del imperio de la ley no está escrito. No estamos condenados ni al fight irresponsable, ni a la huida, ni a la parálisis. Podemos elegir un cuarto camino: el de la firmeza serena, el de la defensa coherente del derecho dentro y fuera de nuestras fronteras, el de la educación cívica que prepara a las próximas generaciones para resistir los impulsos del miedo. Si el libro de Cremades consigue que el lector cierre sus páginas con la conciencia agudizada de lo que está en juego y con la voluntad de sostener, en su ámbito, esa arquitectura frágil y preciosa, habrá cumplido la función más noble de la literatura jurídica: recordarnos que el imperio de la ley no es algo anacrónico, del pasado, sino una tarea urgente del presente y compromiso ineludible con el porvenir.

 

Irene Ballesteros. Consultora Internacional. PhD candidate. Miembro del Consejo del Instituto de la Paz y los Conflictos (IPAZ) y de la WJA.

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