Vaya por delante mi profunda tristeza por la muerte de George Floyd. Como decía Ortega, “es preferible que un culpable se escurra por las rendijas de la ley a que sea condenado un inocente”. El crimen que al parecer había cometido este pobre hombre de Minnesota fue intentar pagar en el supermercado con un billete falso de veinte dólares. La pena de detención (porque ser detenido, en sí mismo, ya constituye una especie de condena) ha sido equivalente a haberle impuesto la pena capital. La pesada rodilla del policía Derek Chauvin, aplicada durante casi nueve minutos, acabó con la vida de este parado por causa del Coronavirus. Las muertes más tristes son las más evitables.
USA fue uno de los últimos países occidentales en abolir la esclavitud. El republicano Lincoln tuvo que aprovechar la Guerra de Secesión para “colar” una Orden Ejecutiva de la presidencia y proclamar la emancipación de más de tres millones y medio de esclavos. Esto aconteció el 1 de enero de 1863, tres siglos y medio después de que fuera promulgada la mayor parte de las normas abolicionistas europeas, incluida la española Ley de Burgos de 1512. Sin embargo, la prohibición de la esclavitud no fue más que el principio de un largo camino que los negros norteamericanos tuvieron que recorrer para alcanzar el pleno reconocimiento de sus derechos civiles. El 22 de septiembre de 1956 tuvo lugar en la Universidad de La Sorbona el Primer Congreso de Escritores y Artistas Negros al que siguió un Segundo Congreso que, con el mismo nombre, se celebró en Roma en 1959; en ambos la presencia de nacionales norteamericanos fue muy relevante. El 4 de mayo de 1961 se inició el movimiento de los Freedom Riders, cuya finalidad fue oponerse a la segregación racial en los restaurantes y salas de espera de las terminales de autobuses que cruzaban las fronteras interestatales de USA. En 1965 fue asesinado Malcolm X, quien durante casi una década formó parte de un movimiento anti-blanco estadounidense, denominado Nation of Islam, que predicaba la supremacía de los negros sobre las demás razas. El Black Panther Party, originariamente llamado Partido Pantera Negra de Autodefensa, nació en 1966 para formar patrullas armadas frente a posibles abusos policiales contra los negros. Y, por último, sin mucho menos pretender ser exhaustivo, no se puede dejar de mencionar el asesinato de Martin Luther King, acaecido en Memphis (Tennessee) en 1968, que provocó una oleada de motines y protestas comparable a la que actualmente ha originado la muerte de Floyd.
Al margen de esta relación trágica, hace algunos años, el 3 de marzo de 1991, aconteció otro suceso que afortunadamente no terminó de la misma manera que el relativo a George Floyd. Un ciudadano con el mismo apellido que el reverendo y activista asesinado en 1968, llamado Rodney G. King, fue brutalmente reducido por un grupo de agentes del Departamento de Policía de Los Ángeles, mientras se encontraba en libertad condicional, conduciendo a alta velocidad un taxi por una autopista. La escena fue grabada por unos videoaficionados y dio la vuelta al mundo. La absolución de los agentes, por un jurado compuesto mayoritariamente por blancos, motivó seis días de revueltas en la citada capital de la Costa Oeste americana durante los cuales hubo 54 muertos y más de 2000 heridos.
Todo esto es muy cierto; pero ¿cuáles son los fundamentos de la violencia racial norteamericana? El profesor Steven Pinker señala con el dedo acusador a un autor martiniqués que todavía sigue teniendo un peso desmesurado en los planes de estudio de las universidades norteamericanas. Me refiero a Frantz Fanon. Este psiquiatra marxista, que fue uno de los intelectuales más activos durante el Segundo Congreso de Artistas y Escritores Negros celebrado en 1959, escribió un libro que habría pasado desapercibido si no hubiera sido prologado por Jean-Paul Sartre. El libro se titula “Los condenados de la Tierra” y aunque en su origen podría ser enmarcado dentro del movimiento descolonizador que, según aquel autor, tuvo su “punto de no retorno” durante la Guerra de Argelia, en sí mismo constituye una exaltación de la violencia de los negros contra los blancos. En diversas partes de su obra Fanon dice: “el colono no es simplemente el hombre que hay que matar”, “el hombre colonizado se libera en y por la violencia. Esta praxis ilumina al agente porque le indica los medios y el fin (…); en el plano de los individuos, la violencia desintoxica, libra al colonizado de su complejo de inferioridad, de sus actitudes contemplativas o desesperadas”. En este contexto, el colono y el colonizado no son más que el hombre blanco y el hombre negro, respectivamente; pero sin que sea necesario que tal praxis tenga lugar con ocasión de la independencia de ningún territorio, pues basta que exista opresión de una raza sobre otra para que, según Fanon, la violencia esté legitimada.
El prólogo de Sartre tampoco se queda corto a la hora de justificar la violencia de los oprimidos contra los opresores; acaso por el millón de argelinos fallecidos durante su guerra de independencia. No dejan lugar a duda las siguientes palabras: “matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre; el superviviente, por primera vez, siente un suelo nacional bajo la planta de sus pies”. El filósofo francés considera que USA, pese a no haber sido una potencia colonizadora, es un “monstruo supereuropeo”, al que hace cómplice de sus hermanas naciones occidentales, empezando por su propia patria que es Francia. A todos los blancos Sartre los considera poco menos que genocidas cuando afirma: “puesto que los otros se hacen hombres en contra nuestra, se demuestra que somos enemigos del género humano, la élite descubre su verdadera naturaleza: la de una pandilla”.
Por todas estas palabras quedó muy impresionado otro europeo nacionalizado norteamericano que pasó la mayor parte de su vida académica en USA, me refiero a Herbert Marcuse. Sin duda, uno de los padres de las políticas de identidad que, según Lilla y Fukuyama, dominan el panorama actual. Como ya he escrito en otro lugar, en uno de sus libros –quizá no el más conocido–, An essay on liberation, publicado en 1969, lanzó la piedra que ha sido recogida después por otros muchos autores. Según Marcuse, “los conflictos de clase han sido superados o suprimidos (blotted out) por los conflictos de raza: las líneas de color se han convertido en realidades económicas y políticas”. La antigua lucha de clases, al amparo de las políticas de identidad, ahora se llama lucha racial y a ello no ha renunciado el marxismo militante que ahora ya no se llama comunismo sino ortodoxia política.
Como señaló acertadamente el profesor López Aranguren durante un ciclo de conferencias que pronunció a finales de los años sesenta, el marxismo es una filosofía cuya moral consiste en tratar de transformar la realidad, es una moral de la praxis que en ningún momento ha perdido su vocación revolucionaria. Por eso significó un antes y un después con relación a los restantes sistemas filosóficos.
Como escribió Marcuse en 1969, “at present, the black population appears as the most natural force of rebellion”. A partir de este punto, en las universidades norteamericanas se inició un relato en el que la antigua lucha de clases económica fue reemplazada por la pugna entre las identidades. El paso desde el conflicto racial al intersexual (o de género, que es como ellos prefieren llamarlo) no fue tan difícil, se trataba simplemente de saber utilizar adecuadamente el lenguaje, algo en lo que la escuela marcusiana se puede considerar una experta. Esta es la razón principal por la cual Mark Lilla advierte que la working class norteamericana lleva bastante tiempo sintiéndose huérfana respecto de sus antiguos valedores políticos (los demócratas) y por lo que está empezando a votar masivamente a los republicanos.
Tanto conflicto identitario nos está haciendo perder de vista un hecho que a medio plazo puede tener efectos devastadores en las sociedades occidentales. Como apunta Tyler Cowen, profesor de economía de la George Manson University y brillante columnista del New York Times, “ya no existe una vida estable y segura a medio camino en la escala social, la clase media camina hacia su extinción”. En mi opinión, además de preocuparnos en evitar los abusos policiales, deberíamos empezar a pensar en la manera de evitar que en el futuro haya otros parados de Europa o de USA que tengan que usar un billete falso de veinte dólares para poder dar de comer a su familia.
Juanma Badenas, es Miembro del Consejo Asesor de Cremades & Calvo-Sotelo; Catedrático de Derecho civil y académico. Su último libro se titula La Derecha. La imprescindible aportación de la Derecha a la sociedad actual (editorial Almuzara).