El compliance evoluciona desde su original enfoque preventivo hacia un rol más estratégico en las organizaciones.

La importancia del compliance crece en las organizaciones. Ampliando y complementando su tradicional enfoque preventivo (aquel que se orientaba prioritariamente a evitar las responsabilidades penales de los administradores), las políticas de cumplimiento están evolucionando y adquiriendo un rol mucho más central dentro de las organizaciones. Dicho de otra forma, el compliance ha dejado de ser un tema exclusivamente jurídico para convertirse en una cuestión de estrategia, plenamente incrustada y relacionada con el sistema de gobernanza. Hablar de compliance es, por ello, hablar de organización, cultura corporativa y proceso de toma de decisiones. Una especie de ITV o control interno que  hace mejores las organizaciones, incrementando su valor (y su valoración).

Las empresas de valoración de empresas tasan, de hecho, más alto a las compañías con compliance. Eso es hoy, mañana la pregunta será: ¿compraría usted una empresa que no tenga compliance? Y seguramente, la respuesta será que no, porque las políticas de cumplimiento aportan las seguridades y garantías de buen gobierno, honestidad, cultura corporativa y unidad en la toma de decisiones que requieren los inversores. Y es que el compliance no solo previene infracciones penales, administrativas, discordancias, irregularidades y disfuncionalidades que puedan desarrollarse al margen de controles previsibles, es un sistema de control que ayuda a la descentralización del control directivo, que permite que las empresas, por así decirlo, “funcionen solas”, evitando a los administradores a hacer de “apagafuegos” y permitiendo que se dediquen a aquellas funciones de visión y desarrollo de negocio en la que pueden realmente aportar mayor valor.

El compliance, por tanto, aumenta la valoración y el interés de los inversores, y  al mismo tiempo es también un foco de atracción del talento. Junto a la anterior, otra pregunta pertinente en muy poco tiempo será: ¿sería usted director general/consejero delegado de una empresa que no tenga complianceY la respuesta de todos aquellos que puedan elegir, de los profesionales más talentosos y demandados, será efectivamente que no. Porque lo específico del compliance (y en eso se diferencia por ejemplo de la auditoría financiera) es que no es solo un instrumento que aporta garantías sobre el pasado, sino que ilumina el camino a futuro. Las políticas de cumplimiento eliminan incertidumbres, por tanto, del “hasta aquí” y del  “desde ahora”.

Las empresas que hacen compliance valen por tanto más para el mercado, para los accionistas, por los directivos y empleados y también para la sociedad. En un contexto en el que la reputación de las grandes compañías no deja de caer, las políticas de cumplimiento pueden aportar confianza y ayudar a restaurar la credibilidad de los relatos. La realidad es que, a través de sus estrategias de marketing y comunicación, las marcas han buscado en los últimos años asociarse a causas trascedentes, desligándose de sus productos y servicios y políticas corporativas, y construyendo discursos que en su momento fascinaron pero que en el momento actual empiezan a resultar poco convincentes, por desconectados de la verdad. El compliance debe ayudar a devolver la credibilidad a los relatos corporativos, aportando no solo garantías de estricto cumplimiento legal, sino pruebas de verdad y coherencia corporativa.

 

Francisco J. Fernández Romero
Socio director Cremades & Calvo-Sotelo (Sevilla)

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