Un informe del Banco de España refleja un dato que debería mover a la reflexión, y, sobre todo a la acción. Desde 2008, principio de la crisis, la financiación de las Administraciones públicas se duplicó disparándose un 117.4 %. Por el contrario, en los últimos doce meses los préstamos han caído un 4.5% para los hogares y un 10.9 % para las empresas. En los últimos cinco años los créditos a las familias bajaron un 11.6 % y solo en lo que va de año los créditos a la empresas han descendido un 7.9%.
Los datos lo dicen todo. Las estructuras públicas se llevan la palma en financiación mientras se castiga a familias y a empresas. Esta afirmación, evidente en sí misma, refleja una realidad que debería mudar porque de lo contrario, sin descensos del gasto público apreciables como se comprueba mes a mes en las estadísticas oficiales, bien difícil será que las personas, que las familias, especialmente las más desfavorecidas, puedan vivir en dignas condiciones. Y si las empresas se cierran, como acontece todos los días desde hace varios, años, el desempleo seguirá en las cotas inaceptables en que se encuentra.
El informe del Banco de España que glosamos en el artículo de hoy constituye una argumentación más para proceder a la pendiente reforma del sector público. Una reforma que debe hacerse en función de las personas, no de las necesidades de la tecnoestructura. Una reforma que debe suponer una notable reducción en el gasto público y, por ende, en sus necesidades de su financiación de forma que en no mucho tiempo el recurso al endeudamiento sea la excepción excepcional que debe ser.
Primero las personas, luego las estructuras. Tanta presencia pública como sea imprescindible y tanta libertad como sea posible. Son, ambas, máximas del pensamiento liberal, de la doctrina liberal que, en su origen, nace con una fuerte sensibilidad social. Hoy, sin embargo, los gobiernos, sean de un color o de otro, siguen aumentando la intervención pública porque sus dirigentes siguen pensando que de esta manera podrán asegurarse por mucho tiempo una posición privilegiada en el sistema político.
Tal forma de estar y hacer política parte de un cierto menosprecio de la ciudadanía, a la que se considera que se puede controlar y manipular sin especiales dificultades, lo que no es del todo falso a juzgar por la el comportamiento general. Sin embargo, la preterición de las personas en relación con las estructuras no será eterna. Durará más o menos tiempo y, alimentará, lo estamos comprobando con profunda tristeza, versiones extremas de la política y del ejercicio del poder.
Por eso, cuánto antes se vuelva a una forma más humana y social de gobernar, cuánto antes se promuevan efectivos modelos de participación social más allá de las votaciones cada cuatro años, antes se detendrá la oleada que viene de populismo y radicalismo. El tiempo pasa y la inhibición siempre tiene un precio. Siempre. No hay más que leer un libro de historia para comprobarlo. El crédito.