Para conocer mejor como puede afectar la irrupción del micropoder al fortalecimiento de los sistemas políticos de occidente conviene acercarse a las más recientes reflexiones en torno a la democracia participativa. Esta propugna el reforzamiento de la participación de los ciudadanos en los asuntos políticos. Los mecanismos pueden ser tan variados como las propuestas. La iniciativa legislativa popular o el referéndum son algunos de los previstos por la Constitución Española. La democracia participativa se dirige a la transformación de los intereses individuales privados en intereses generales, no mediante el otorgamiento de mayor autonomía desde el poder político institucional, sino por la acción libre y coordinada de las personas entendidas como ciudadanos.

No podemos olvidar que la participación implica siempre la cooperación. La participación es siempre «participación con». Ya se ha señalado que el micropoder nunca reside en el individuo, sino en la persona entendida en su ámbito relacional propio. Es decir, que el protagonismo de cada individuo es en realidad coprotagonismo, que se traduce necesariamente en la conjugación de dos conceptos clave para la articulación de una política centrada en la persona: autonomía e integración. Sólo cuando la persona es consciente de la capacidad de influencia y acción que le da la integración con otras personas, surge el micropoder tal y como lo entiendo.

Desde esta perspectiva, la libertad que nace de la autonomía y la solidaridad, consecuencia de la integración, son dos realidades complementarias que han de habitar en la persona. Por eso el micropoder es un ejercicio de libertad solidaria. La participación en la vida pública sólo puede ser consecuencia de una opción personalmente realizada, sólo puede comprenderse como un acto de libre participación.

La democracia participativa quiere reflejar la nueva distribución del poder político de la sociedad actual, en la que el sujeto de la acción de gobierno deja de ser la masa indiferenciada para convertirse en la ciudadanía activa. El micropoder contagia su característica interactividad al sistema político para pasar de un gobierno unidireccional (del poder político a los ciudadanos) a un gobierno bidireccional (de los ciudadanos al  poder político y de éste a los ciudadanos).

Sartori analiza los modos en los que cabe hablar de democracia participativa. Un primer modo es la participación en términos de interés, atención, información y competencia. La segunda forma es la participación en apoyo de la voz, lo que algunos denominan ‘la democracia de las manifestaciones’. Un tercer nivel es la participación efectiva y real en la adopción de decisiones y el último paso sería la participación equivalente a una democracia directa verdadera.

La otra propuesta de regeneración del sistema democrático es la llamada democracia deliberativa. Se fundamente en un concepto de razón pública elaborada mediante el diálogo, según la idea de Popper acerca de que “los principios morales no se pueden fundamentar, sólo cabe discutir sobre ellos y decidirse por unos o por otros”. El principal referente teórico de este modelo es Jürgen Habermas, quien afirma que “la legitimidad de la ley depende en último término de un acuerdo comunicativo”. El filósofo del Derecho, Rawls, también se muestra partidario de la democracia deliberativa cuando aboga por la necesidad de foros públicos en los que la ciudadanía pueda debatir y ponerse de acuerdo acerca de cómo resolver los conflictos centrales que se presentan en la comunidad. Al hablar de la democracia como diálogo social, veremos las implicaciones del micropoder en este modelo democrático.

Algunos, como Alvin Toffler, piensan que las nuevas tecnologías pueden hacer realidad un tercer modelo, que llevaría la participación democrática hasta sus últimas consecuencias: la democracia directa. Es cierto que, muchas veces, se ha evitado el debate sobre la democracia directa mediante su caracterización de utopía materialmente irrealizable. Sin embargo, hay que recordar que las innovaciones relacionadas con Internet se caracterizan por eliminar o modificar esencialmente el papel de los intermediarios en ámbitos como el mercado, la información, etc. Por eso, algunos piensan que su aplicación a la política conllevaría la desaparición de los intermediarios políticos, es decir, de los partidos políticos (algunos, situándose en posiciones extremistas, han llegado a proponer su abolición para acelerar este proceso), e incluso de los representantes legislativos. Sería el momento, dicen –en una afirmación poco verosímil-, de la democracia directa mediante asambleas virtuales y votaciones electrónicas.

Uno de los autores que ha realizado una crítica más profunda a la democracia directa digital, por encima de las cuestiones tecnológicas es Giovanni Sartori. El pensador italiano alerta sobre los importantes requisitos que exigiría esa ciberdemocracia directa. Se olvida el famoso ‘carnet de conducir político’ en expresión gráfica de Sartori, que no es más que la preparación necesaria para abordar cuestiones determinadas.

Además de éstas y otras críticas que se le puedan hacer a la ciberdemocracia directa, conviene señalar que este tipo de planteamientos incurre en el error de considerar la participación únicamente como la participación directa y efectiva en los mecanismos políticos de decisión. Este debate, por otro lado, esta zanajado en algunos países, como Alemania, donde lo sucedido en la República de Weimer, o mejor dicho, la forma en que se destruyó y se generó la perversidad nazi, hizo que la Ley Fundamental de Bonn, la Constitución alemana, prohiba cualquier forma de referéndum y de democracia directa que ha cedido todo su espacio a la democracia representativa, canalizada a través de los partidos políticos.

De acuerdo