Estoy convencido de que, a partir de cierta edad, todas las personas reflexionamos, evidentemente con distinta periodicidad, acerca de nuestra vida. Al menos a mí me pasa, aunque no voy a confesar la frecuencia por aquello de la edad. Estas introspecciones nos llevan, inevitablemente, a meditar acerca de nuestro trabajo, de nuestra profesión.

Estos días, inducido por una serie de acontecimientos entre los que no faltan noticias poco gratificantes acerca de compañeros de profesión ni el omnipresente espíritu navideño, he vivido uno de estos momentos.

Creo sinceramente que una gran mayoría de abogados, entre los que me incluyo, somos conscientes de la trascendencia social de nuestra profesión pero bajo cierta neblina que nos impide una visión global de nuestra responsabilidad. En este sentido entiendo que, entre los efectos de la situación económica actual, está el de tener que centrar nuestros esfuerzos diarios en conseguir que nuestras familias sigan viviendo lo más dignamente posible.

Dicho lo anterior y al hilo de lo expuesto supra, me he permitido, como he dicho, un lujoso y diminuto paréntesis navideño para reflexionar sobre nuestra profesión y lo primero que me ha llamado la atención es que he retomado conciencia de la influencia de nuestras actuaciones en la sociedad actual. A modo ejemplarizador, tenemos una presencia absolutamente relevante en ámbitos tan candentes como son el bancario y financiero (quizás no tanto en la toma de grandes decisiones, que también, pero sí en el día a día con la intervención en los procesos de ejecuciones hipotecarias y la problemática social que suponen, en las reclamaciones y soluciones de productos financieros que se han venido en llamar tóxicos, en las negociaciones para llegar a acuerdos en negocios inmobiliarios como promociones fallidas, daciones en pago, etc y, porqué no, los numerosos abogados trabajando directamente como empleados para las entidades financieras), en el de la triste realidad de los desahucios, en las, cada vez mas, conflictivas situaciones familiares, etc. por citar algunos de los más afectados por la crisis pero sin olvidar el resto que conforman el universo de la abogacía. Y, obviamente, nuestra decisiva intervención en los procedimientos judiciales derivados de estas cuestiones y nuestra responsabilidad en la mediatización más o menos crispada de los mismos.

A todo ello hay que añadir que intervenimos decisivamente en áreas como la legislativa, de educación y académica y, desde la inspiración del precioso blog Dueño de mi destino, capitán de mi alma del admirado compañero Carlos D. Lacaci, la formativa, fundamentalmente respecto a nuestros jóvenes abogados con los que tenemos el privilegio de compartir sus primeros años de ejercicio y a los que, en mayor o menor medida, influimos, áreas que deberían ser parte fundamental y participar decisivamente en la superación del momento actual y la reconstrucción de nuestro sistema económico.

Abstraído como estaba de mi día a día, al que inevitablemente voy a tener que volver, sentí una sensación abrumadora de nuestra responsabilidad en lo que esta pasando por cuanto, y hablo de experiencias propias o vividas directamente de otros compañeros, podemos, por ejemplo, facilitar para que sean lo menos traumáticos posibles o incluso buscar soluciones, a desalojos de familias con hijos pequeños o necesitadas (nos hemos dado herramientas legislativas, como he dicho, para ello, ¿no? y, qué carajo, que al banco no le viene de un mes señores), humanizar en lo posible los desahucios (en numerosos casos acabamos siendo los interlocutores), aconsejar y templar ánimos, ahora más que nunca en temas familiares (un matrimonio que acudió para divorciarse de mutuo acuerdo, a raíz de la visita, se lo acabaron pensando y siguen juntos), intentar formar a los jóvenes abogados desde el ejemplo, la ética y nuestros principios deontológicos, influir cuanto podamos en una normativa más justa etc. O sea, que no es tan difícil, que en el fondo se trata de ser un poco, solo un poquito, más humanos, más personas, mantener nuestra moral en estos amorales tiempos y tener algo de caridad que a todos nos hace bien. Y así, con una chispita de cada uno, entre todos lo arreglamos. Seguro.

Como me dijo mi primer maestro en esto de la abogacía “Las personas vienen a ti para que tomes decisiones y les aconsejes, esa es tu responsabilidad”.

 

Pues eso, ES NUESTRA RESPONSABILIDAD

De acuerdo