Ayer, Oslo volvió a sus mejores días en los que la capital Noruega había sido el centro diplomático mundial mas eficaz para mediar en conflictos (hoy parece que las autocracias prefieren otros países, como Qatar). En una ceremonia impecable, presidida por su Rey, y depurada a lo largo de muchas décadas, el rico país Nórdico volvió a mostrar una inteligencia geopolítica digna de admiración. Ellos mismos trataron de mediar hace años entre la oposición y el gobierno de Maduro. Sin éxito. Pero ahora la situación es diferente.
La nueva política internacional norteamericana y el colapso integral del país hispano, hacen que los días de Maduro y su régimen estén contados. Nadie sabe cómo, pero todos estamos convencidos de que el cambio es inevitable. Este Premio Nobel de la Paz sitúa de una manera definitiva a los años de Chávez y Maduro como un oprobio insoportable e intolerable en la historia de la libertad. Haber desmontado una democracia, imperfecta como todas, como la venezolana y haberla transformado en un régimen tiránico es una obra diabólica que desde ayer ha quedado definitivamente desenmascarada.
Algo parecido paso en 1964 cuando Martin Luther King recibió el mismo Premio Nobel de la Paz. El mundo entero supo que la democracia americana sangraba por una terrible herida, la del sistema de discriminación, de segregación, llamado Jim Crow, heredero de la esclavitud, y que el gran líder de los derechos civiles trataba de cerrar, con una actitud, tan increíble como ejemplar, de confrontación y denuncia, desde la no violencia que Ghandi, el padre de todos los premios Nobeles de la paz -que nunca recibió- había inspirado.
La llegada de Luther King a Oslo, en aquella época ya sufría de fuertes depresiones, le confirmó como una figura global que militaba en el ejército del bien, el que promueve la paz a través del derecho. Desde ayer, María Corina Machado es una nueva mariscal de campo de ese mismo ejército. Ella, completando el trabajo iniciado por Leopoldo López, su familia y millares de venezolanos, ha conseguido que dentro y fuera de Venezuela, en el mundo libre, resurja la esperanza de recuperar un país gobernado por leyes y no por la fuerza. Nueve millones de venezolanos en la diáspora lo han celebrado como un triunfo propio.
El Nobel es nuestro, rezaba el eslogan lanzado por el equipo opositor para movilizar y compartir el reconocimiento. La fiesta y el alborozo en torno a María Corina, representada brillantemente en la ceremonia por su hija -que pronunció un discurso memorable y que llevó a las lágrimas a millones de compatriotas-, y por su legítimo presidente Edmundo González Urrutia, no discurrió solo en Oslo, sino que se oyó en todas las calles de tantas ciudades del mundo -salvo en Venezuela por miedo a la represión- en las que habitan venezolanos de a pie, aquéllos a los que se les hirió la dignidad, los mismos que pronto saldrán a los balcones y las aceras para celebrar y aclamar el comienzo de una nueva era.
La reconstrucción de Venezuela espera. Será una tarea ciclópea, en la que como hicieron los alemanes con la desnazificación, hará falta un esfuerzo no solo material sino sobre todo moral por extirpar el virus que ha corroído el país con un terrible veneno. María Corina, que por fin llegó a Oslo, es la doctora que porta el antídoto, y ahora el mundo entero lo sabe.
Javier Cremades es abogado, fundador y presidente del bufete internacional Cremades & Calvo Sotelo y presidente de la World Jurist Association.